La primera vez que la vi esperaba paciente la entrevista para un trabajo temporal en la Empresa. Cabello corto, ondulado y pintado de rojo; alta y con pecas discretas en el rostro. Se encontraba sentada entre otros aspirantes a un lado de la caseta de seguridad, pero apartada en su propio mundo. Esa fue siempre su característica principal: solitaria en medio de la multitud y enfocada en sus intereses y hobbies. Más adelante descubriría que le gusta el Anime, los videojuegos y el Cosplay. Nunca supe su edad, pero estoy seguro de que le doblo en años. Les juro que mi interés en ella fue siempre única y exclusivamente platónico.
La segunda vez que la vi fue unas semanas después en el comedor. Por un momento no la reconocí con uniforme sin embargo el cabello rizado y encendido se encargó de refrescarme la memoria. Me alegró saber que había conseguido el trabajo, aunque fuera temporal y en maquiladora. Fue en ese momento cuando descubrí que sus gustos se inclinaban hacía a lo Geek: en su espalda una mochila decorada a manera de control remoto para NES clásico. Debido a que las posibilidades de acercarme y preguntarle su nombre eran extraordinariamente lejanas decidí bautizarla como Curly Red por razones que ustedes comprenderán.
En un principio la habían contratado para trabajar en la Línea de Producción, pero al poco tiempo se ganó su ascenso como asistente en el departamento de Seguridad Industrial. Un lunes apareció en una serie de fotografías que ilustraba un simulacro contra incendios en el periódico mural y por fin pude observarla sin el temor de incomodarla con mi vicario interés. En la última fotografía posaba satisfecha junto con una compañera de departamento. Debajo del uniforme, una camiseta de Totoro sonriendo al unísono de su portadora. Por fin, una Geek con la que podría hablar. <3. LOL. XOXO…
La estrategia a seguir era obvia: buscarla en internet para aprender todo lo posible sobre sus gustos e intereses y planear un encuentro “casual” mediante el cual surgiera la oportunidad de conocernos mejor. La herramienta: Facebook. Como aun desconocía su nombre comencé con las cuentas de conocidos del departamento que a su vez me llevaron a sus conocidos y estos a los conocidos de sus conocidos. En cuanto reconocía a alguien analizaba su lista de contactos con la esperanza de reconocer la mecha carmesí. Por fin, tras varios cientos de memes, fotos borrosas de bebés y frases de poesía barata, la encontré en la cuenta de la persona con la que posó durante el simulacro contra incendios. Por fin, un nombre y una historia que seguir.
Venía de Guadalajara y por temporadas se consideraba lesbiana. Había participado en varios eventos de Cosplay, (caracterizaciones preferidas: Naruto Uzumaki y Caballero Jedi) y le gustaba aparecer en fotos con su sobrina; en algunas fotografías de sus días en la prepa aparecía con el cabello azul. Sin embargo, la única constante fue siempre una expresión consciente frente a la cámara, como si cuestionara el interés genuino del fotógrafo. A pesar de su discreta pero evidente belleza en todas sus imágenes aparecía con esa expresión a medio camino entre sonrisa comprometida y mueca de inseguridad. Como sea que fuera, quedaría tatuada en mi memoria por los siglos de los siglos…
A pesar de la interactividad laboral y relativa cercanía en internet, en realidad no teníamos amigos ni conocidos en común y nuestros horarios siempre fueron distintos. Su hora de comida terminaba al iniciar la mía por lo que en el mejor de los casos la veía al salir del comedor flanqueada por sus compañeros de departamento. Así fue por varios meses hasta que de nuevo fue promovida y pasó a ser asistente en otro departamento cuyo encargado se encontraba en el mismo edificio donde yo trabajaba. Gracias a esto su presencia en las oficinas administrativas se volvieron mas frecuentes y por fin la pude ver más seguido. Por fin la posibilidad de encontrarla en uno de los pasillos y saludarla sin necesidad de algún pretexto inventado estaba a mi alcance.
Mentiría si dijera que recuerdo el momento exacto de nuestro primer intercambio de saludos. Fue un “Buenos días” tan natural y familiar que mi mente nunca lo registró como extraordinario. Por fin, después de meses de desear e imaginar el momento ideal, su cotidianidad resultó total y absolutamente anticlimática. Desde luego aun no me sentía con la confianza necesaria para iniciar una conversación casual; nuestros encuentros siempre fueron mercuriales y banales, pero en mi mente nunca propicios para una plática sobre su videojuego favorito o mi repentino interés en kitsunes. Así fue cada vez que nos encontramos: un saludo cortés seguido por un intercambio de sonrisas discretas iguales a las que intercambian compañeros laborales en todos los pasillos de todas las Empresas en todas las partes del mundo. Y yo sintiéndome cada vez más pequeño con cada saludo y con cada sonrisa…
La oportunidad de cambiarlo todo vino en septiembre. El departamento de RH en su búsqueda infinita por fomentar la convivencia entre los empleados comenzó a publicar carteles mensuales en los que se listaba a los cumpleañeros por fecha de nacimiento. 21 de septiembre. Tenía dos semanas para idear y elaborar un regalo para Curly Red. Tenía que ser algo sencillo y discreto pero que reconociera como especial. En mi mente ese algo sería el detalle perfecto que daría inicio a nuestra jovial relación. Un memento que nos transportaría en el tiempo y que nos recordaría entre risas nuestro trato formal previo a nuestra amistad. Contemplé comprarle una lonchera metálica de Domo-kun pero el tamaño era todo menos discreto; ¿un llavero con el símbolo de Konohagakure no Sato? Al final decidí pintar un pequeño retrato de Totoro en acuarela a manera de tarjeta de felicitación. Todo marchaba sobre ruedas.
He perdido la cuenta de los escenarios mentales que elaboré para hacerle llegar su tarjeta: colarme a su oficina mientras ella y su equipo hacían ronda por Producción y dejársela en su escritorio; adelantar mi hora de comida para coincidir en el comedor; esperarla a la hora de la salida; llamarle a su extensión e inventar alguna excusa para que fuera al departamento; aparecer casualmente en su departamento; secuestrar el sistema de altavoz de la empresa y engañarla para que se presentara de manera urgente en Recepción…
Al final fue el azar el que decidió por mí. La mañana de su cumpleaños llegué más temprano de lo usual. Traía la tarjeta en la bolsa de la chamarra, lista en caso de encontrarla en su oficina que se encontraba a unos metros del reloj checador. La oficina estaba cerrada y a oscuras así que decidí buscarla más tarde. Antes de entrar a mi departamento me dirigí al baño en el segundo piso a un lado de los cubículos administrativos. Para llegar allí debía cruzar el comedor, seguir por un largo pasillo oscuro y cruzar una puerta con ventana por la que podía ver hacía el otro lado. Al llegar a ésta descubrí que Curly Red se dirigía en mi dirección y que nos encontraríamos de frente en la zona de cubículos.
Los cubículos estaban desiertos y solo unas cuantas lámparas se encontraban encendidas. Empujé la puerta mientras con mi mano buscaba la tarjeta en mi bolsa. Ella me sonrío como siempre y me deseó buenos días sin detenerse. La tarjeta se negaba a cooperar por lo que tuve que indicarle tímidamente que se detuviera un momento. Con la mirada en el piso y con las mejillas a punto de explotar por fin pude extraer el pedazo de cartón maltratado y apenas murmurando un “Felicidades” patético le entregué su tarjeta de Cumpleaños con la acuarela de Totoro.
Su rostro se tornó sombrío. Recibió la tarjeta sin abrirla y me agradeció con un “Gracias” comprometido e impersonal. Intentó sonreír, pero fue en vano. En cambio, su rostro se contorsionó en la mueca incómoda que conocía tan bien de sus fotografías. Fue entonces cuando caí en cuenta por fin que todo el preámbulo y desarrollo de nuestra supuesta afinidad solo había existido en mi mente. Derrotado por mi propia estupidez y sin despedirme seguí mi camino hasta el baño repitiendo “Pendejo, Pendejo, Pendejo” en mi mente sin cesar. Me descubrí frente al espejo temblando por la adrenalina y sintiéndome pequeño; infinitamente pequeño en mi soledad.
Ignoro qué hizo con la tarjeta. Desde luego nunca llegó a convertirse en el memento que nos transportaría en el tiempo y que nos recordaría entre risas nuestro trato formal previo a nuestra amistad. En su cuenta de Facebook nunca hizo mención de ella, aunque sí compartió una fotografía del momento en el que apagaba las velas de su pastel junto a sus compañeros de departamento. Nuestros encuentros casuales en los pasillos de la Empresa siguieron sin novedad y cada vez repetíamos el ritual del saludo cortés seguido por un intercambio de sonrisas discretas iguales a las que intercambian compañeros laborales en todos los pasillos de todas las Empresas en todas las partes del mundo…
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La última vez que la vi fue mientras esperaba impaciente recibir mi pago por Reparto de Utilidades. Había renunciado un par de meses atrás y su recuerdo había comenzado a abandonar mi mente. Me encontraba junto a la Caseta de Seguridad donde la vi por primera vez cuando apareció de la nada en la reja de entrada. Discutía con un chavo de su edad desconocido para mí. Ignoro si la discusión fue personal o de trabajo. Por un momento esperé con la vista fija en su dirección con la leve esperanza de que me reconociera y nos saludáramos como en los viejos tiempos. Nunca lo hizo. En ningún momento dio señales de estar al tanto de mi presencia. Una de las representantes del departamento contable me hizo entrega de mi cheque y me retiré sin voltear hacia donde Curly Red continuaba su discusión. Su cuenta en Facebook aparece hoy como privada.
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