…he pensado en nosotros; en lo nuestro. Escuchas su voz, incómoda. Deseas colgar, pero el tono de su voz lo impide; ese tono que conoces tan bien y que tanto odias. Sé que todo es diferente ya, pero aún así lo recuerdo con gusto; fue bueno, ¿no lo crees? Observas el reloj. Un minuto exacto. Me gustaría verte, para platicar. No creo que sea buena idea. Vamos, aún somos amigos, ¿no es así? Podemos hablar como amigos, de cosas, ya sabes. No es eso; no tengo tiempo esta semana... Dejó de ser un dolor apenas hace un año, cuando por fin encontrabas otra sombra con quien coexistir... Ha pasado mucho tiempo ¿eh? ¿Aun piensas en mí? Tratas de ocultar tu respuesta tras un silencio que al final te traiciona. Vamos, tan sólo una cita; por los viejos tiempos...
Descubres que te vistes ansiosa. Todas tus emociones se apretujan en el vientre. Cepillas tu cabello intentando sacudir su voz que te recuerda, físicamente, el fulgor vertiginoso de una noche; climática como un pulsar. Al final despintas un poco de rubor, pero accedes generosa al perfume que compraste para él.
Te espera puntual. Su sonrisa exasperante en su rostro. ¡Te ves preciosa!, ¿quieres algo de tomar? Un agua mineral. ¡A ver: dos cervezas!
La brisa empaña la ventana sucia de la habitación y distorsiona grosera la luz neón, que, de importarte, leería Free Parking. Su mano hábil entre tus piernas y tú perdiéndote en la textura de su voz. Repite tu nombre incesante: lo convierte en el hilo que te mantiene al margen de tus instintos, pues tú misma lo has olvidado. Su saliva te envuelve al igual que sus movimientos y en tu mente te asaltan fugaces las promesas de nunca más; nunca más. Di mi nombre... dilo una sola vez...
*
Tomas uno de los botones que yacen sobre el piso frío y buscas el ojal en tu blusa. Lo colocas sobre la tela como un pretexto fácil y observas sus pies que sobresalen del borde de la cama. No lo ves, pero sabes que sonríe. No estuvo tan mal ¿eh? Tomas el zapato que se encuentra junto a la puerta y te internas en el sanitario. Sobre tu regazo, tus pantaletas rotas, dos botones más y un leve dolor a la altura del riñón. Dejas que todo caiga a un lado del excusado y sobando tu cadera, acercas el rostro al espejo.  Sabes lo inútil que son las recriminaciones, después de todo tú también lo deseaste, ¿no es así? Apartas el cabello de tu rostro y te pierdes en tu propia mirada.
Sabes al instante que todo es diferente. Aún percibes el ligero dolor en tu cintura y las preguntas siguen rondando en tu mente, pero reconoces la diferencia. Eres la misma persona, sin embargo, tu cuerpo ya no lo es. Ha cambiado y lo reconoces. Una fina capa de vello cubre tu pecho. Tu miembro palpitante, aún contiene rastros de semen y tus manos son férreas y venosas. Observas una vez más tu rostro sobre el espejo y tratas de complementar la imagen con la información que tus manos registran; tanta diferencia, tan distante.
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Sales del baño a la luz ocre de la habitación y vuelves la mirada hacia tu amante. Le encuentras aún acostado, con sus pies que sobresalen de la cama; sin embargo, ya no sonríe. Encuentras en cambio, su mirada perdida en las grietas del techo; sabe ahora tan bien como tú, del inmenso deseo de llorar.
Con su mano traza la nueva geografía que transpira sobre su piel; la textura tersa y delicada que amenaza con caer bajo el peso propio de su nueva realidad. Cierra sus ojos; todo se siente extraño, ajeno: el deseo se ha ido ya.
Con tu ropa sobre el vientre, te acercas y con cuidado, te sientas sobre la orilla de la cama. Siente tu presencia y vuelve con pena su rostro hacia la pared. Entonces el tiempo deja de existir una vez más...
*
Es tarde; debes vestirte. Colocas la ropa con tus antiguas medidas sobre una de las almohadas y recoges, una a una, sus prendas. Prestas especial atención a los detalles y completas por fin el proceso de transformación. Descubres que ya no te vistes con esa ansiedad inicial ni con las emociones apretujadas en el vientre; sientes en cambio, las ganas de salir de aquí y alejarte de la persona que ocupa la cama: el deseo te ha abandonado también y quieres que todo vuelva a la normalidad.
Le descubres observándote. Detrás de la curiosidad lees en su rostro las interrogantes que tantas veces a ti te acecharon: ¿volveremos a vernos? ¿fue bueno para ti también? ¿Fue todo lo que esperabas?
Te sientas a su lado y buscas su mirada. Esta se encuentra ahora sobre el suelo, distorsionada por las lágrimas que luchan por salir. Con tu mano acaricias su mejilla y guiando su mentón le miras a través de la nube de su incertidumbre. Vamos, aún somos amigos, ¿no es así? Podemos hablar... Una lágrima por fin se desliza sobre su mejilla y humedece tus dedos. Te acercas a su rostro y le besas: ¿aún piensas en mí? Trata de ocultar su respuesta prolongando el silencio que tú tan bien sabes, al final siempre traiciona. Tomas sus manos entre las tuyas y en su interior depositas el botón de tu blusa. Te incorporas y dirigiéndote hacia la puerta, a punto de salir, te despides: vamos, fue tan sólo una cita; por los viejos tiempos...
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