Al ingresar al laboratorio de Análisis de Tecnología Militar, lo primero que el historiador notó fue lo ordenado y estéril del lugar. «Espartano», pensó mientras respondía torpe al saludo marcial del analista. El cuarto estaba iluminado por luz bioluminiscente ambiental y era poblado tan solo por un par de estaciones equipadas con Brainlinks de última generación. No había a la vista una sola herramienta fuera de su lugar, ni tabletas o estiletes para reportar sus actividades: al estar conectados directamente a su corteza cerebral, el sistema Brainlink ofrecía retroalimentación neuronal instantánea al servidor central. Detrás de las terminales, la pared se encontraba cubierta por monitores que mostraban la actividad de un grupo de analistas, cada uno en un laboratorio distinto y absortos en el artefacto terrestre recuperado en su más reciente misión. Cada monitor mostraba una pieza diferente que juntas seguramente formarían un rompecabezas que el historiador debía resolver.
—Veo que su visita a Sol_11 fue productiva.
—¡Afirmativo, Señor!
—¡Ah! Le recuerdo que yo no pertenezco al ejército, analista Bowen; no es necesaria tanta formalidad.
—¡Entendido, Señor!
Intentando reprimir una mueca sarcástica, el historiador preguntó el motivo de su presencia.
—Hemos encontrado un arma que el sistema no ha podido identificar, Señor. El comandante Flagg lo recomendó por su conocimiento de la historia antigua de Sol_11, Señor.
El historiador no pudo evitar una leve sensación de sorpresa. A pesar de la pérdida incalculable de información tras la Gran Desconexión, la robusta base de datos del ejército siempre fue la envidia de los arqueólogos y artistas que vieron diezmado sus antiguos acervos al restablecerse en Sol_100 —o Marte, como él y sus colegas aún se referían al planeta que por trecientos años había sido su hogar. ¿Qué tipo de arma podría ser, que tenían que recurrir a un académico en una de las ciencias con menos recursos del sistema?
—Como puede ver, Señor, mis colegas han estado analizando los componentes recuperados: en el primer monitor tenemos el cañón; tiene un anillo exterior giratorio, el cual está grabado con una serie de signos que POE ha identificado como caracteres alfanuméricos. En estos momentos analiza el significado exacto de estos signos, pero creemos que 9.5, 47.5 y 1:1.8 se refieren a cantidades de medición. Como sabe, desde la adopción exclusiva de numeración binaria, los antiguos símbolos para contar y llevar a cabo operaciones matemáticas complejas cayeron en desuso.
—Lo recuerdo, y sí: en efecto, son números, pero ignoro lo que indican, aunque 1:1:8 podría referirse a una relación de aspecto. ¡Ah! Y también veo que siguen utilizando el sistema POE. ¿Sabía, analista Bowen, que fue mi abuelo quién lo bautizó así? En honor al escritor Edgar Allan Poe, desde luego, quien vivió fascinado por las técnicas criptográficas de su época.
—¿Este escritor fue algún gran militar de su época también, Señor?
—¿Qué? No, él fue escritor de relatos policíacos y de… —el historiador se detuvo al contemplar la ignorancia del analista, que lo observaba como si le hubiese dicho algo utilizando los misteriosos caracteres en el monitor—. ¿Sabe qué? No importa, continúe, por favor.
—El interior del cañón está conformado por un sistema de cristales configurados de manera cóncavas y convexas con los que parece procesar energía fotónica, tal vez algún tipo de láser.
—Uhm.
En el segundo monitor podemos apreciar la empuñadura y el gatillo. Este último carece de guardamontes y ninguno de los elementos es metálico como era común en las armas de mano antiguas, sino de un material identificado como acrilonitrilo butadieno estireno, al parecer un tipo de plástico en extremo resistente muy común en los artefactos recuperados en Sol_11. En el interior de la empuñadura encontramos lo que en un inicio pensamos que eran los proyectiles, pero tras un análisis inicial, descubrimos que los contenedores cilíndricos están compuestos por acero, zinc y manganeso y no de pólvora.
—Como las baterías.
—¿Señor?
—Esos elementos químicos fueron utilizados por décadas en baterías denominadas “alcalinas”, antes del litio y mucho antes de la conversión a la energía de fusión.
—Señor, le recuerdo que Bergman es el especialista en Energía.
—Desde luego. Disculpe, analista Bowman, continúe usted por favor.
—En este monitor observamos que del lado opuesto al cañón tenemos un pequeño orificio rectangular conformado por un cristal individual de estructura similar a los usados en el extremo opuesto. Creemos que es un visor para enfocar el objetivo a disparar, pero no hemos podido determinar cómo funciona; es posible que sea electrónico, pues nos es imposible ver algo por sí solo.
—Tal vez deban usar baterías nuevas.
—¡Ejem! En el siguiente monitor tenemos el cuerpo principal del arma. Contiene más caracteres y ¿números? impresos sobre su superficie. Es del mismo color negro y hueco, al igual que la empuñadura y logramos abrirlo mediante un acceso en la parte posterior. Su forma parece coincidir con una serie de contenedores encontrados en la maleta en la que encontramos el equipo.
—¿Contenedores?
—Afirmativo, Señor. Dos contenedores rectangulares de celulosa orgánica rígida. El sistema identifica su color como amarillo, con más caracteres y un triángulo rojo en una de las esquinas. En el siguiente monitor puede apreciar una ampliación de la imagen.
—Kodak.
—¿Señor?
—Ese es el imagotipo de la marca comercial “Kodak”. Lo reconozco de uno de los holofolios que mi abuelo me leía cuando yo era niño. Dígame, analista Bowen: ¿encontraron latas con película dentro de la maleta?
—¿Latas, Señor? ¿Película?
—¡Contenedores cilíndricos de metal o de plástico que contienen rollos de tiras delgadas y largas de triacetato de celulosa con perforaciones regulares en uno de sus lados!
—En el último monitor tenemos uno expuesto, precisamente, Señor.
El historiador sintió un golpe de adrenalina que recorrió su cuerpo. Las piezas que se repartían en los monitores no pertenecían a un arma. Algunos de sus elementos eran comunes a ellas: el cañón, la empuñadura, el gatillo, pero aquello no era un arma. Seguro, en su momento alguien la pudo concebir como tal: para capturar información nociva para gobiernos, tiranos o celebridades de la época, pero en realidad, su función fue la de entretenimiento, fue una herramienta para capturar arte… Retrocedió un paso para apreciar la totalidad de la información transmitida por los monitores y con una sonrisa murmuró para sí mismo:
—“Los ciegos y el elefante”.
—¿Señor?
—“Los ciegos y el elefante”, analista Bowman, es una historia que mi abuelo alguna vez me contó cuando yo era pequeño. Verá, en Sol_11 hubo un estado-nación llamado India y en uno de sus textos morales más famosos, contaban que un grupo de ciegos quiso inspeccionar un elefante valiéndose de su sentido del tacto. Dado que ninguno de ellos sabía cómo era un elefante, cada uno describió cada una de las partes palpadas de acuerdo con su percepción: uno creyó tocar una serpiente al sentir su trompa, otro confundió su oreja con un abanico y uno más aseguró detectar una columna al tocar su pata. ¿Ve, analista Bowen? Eso es lo que ustedes han hecho aquí: cada uno de sus compañeros analiza los elementos de su supuesta “arma” por separado, de acuerdo al protocolo militar, pero esto que estudian de manera modular, en diferentes laboratorios, a “ciegas” y por diferentes “expertos” no es un arma bélica, es una cámara de película Super 8: la luz es capturada a través del cañón y enfocada por las lentes en su interior, los cuales son accionados por el gatillo y las imágenes capturadas se imprimen en los cartuchos de película que se introducen por la puerta posterior del cuerpo. ¡Ah! Es una tecnología tan simple y básica, pero es la precursora de las neurocams con la que transmiten sus análisis a este cuarto.
—¿Señor?
—¿Diga, analista Bowen?
—¿Ese elefante también era escritor?
El historiador lo observó por un largo tiempo tratando de determinar si su pregunta había sido en broma, pero todo lo que pudo adivinar en su mirada fue su formalidad castrense. Por un momento consideró explicar la naturaleza y características del elefante, pero al recordar que solo podría mostrárselo en viejos holofolios en la descuidada holoteca de Gusev, desistió de su intento y solo atinó a suspirar. Después de todo, los animales habían dejado de existir hacía tres centurias poco antes de la Gran Desconexión.
—No, analista Bowen. No era ningún escritor —contestó resignado. Considerando su trabajo concluido, se dirigió a la salida del laboratorio espartano e instruyó— Envíeme su reporte a mi terminal, analista Bowen, y haga llegar las piezas al departamento de Artefactos Culturales. Estoy seguro de que ellos se alegrarán por el descubrimiento: no todos los días pueden apreciar un Momento Kodak en persona.
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