Llegaste a casa una tarde fresca de marzo antes del cambio de estación. Eras un pedacito de carne inquieta envuelto en una cobija blanca con soles amarillos. Madre seguía débil por la operación, pero feliz de estar de regreso al fin. Pendiente, siguió cada movimiento de Nana Fiona que te cargó sonriente hasta tu cuna. Tu habitación aun olía a pintura fresca y lo primero que hiciste al acostarte fue abrir los ojos y descubrir el móvil que yo te había regalado: Frodo, Sam, Pippin y Merry guiados por Gandalf el Gris en su aventura inmemorial. Rodeado por tu familia sonreíste por primera vez y tu alegría nos contagió y sonreímos contigo. Entonces me acerqué y al besarte repetí la promesa que le hice a Madre cuando me dio la noticia de tu existencia: Te amaré y te cuidaré y estaré siempre a tu lado cuando así lo necesites. Cuando por fin cerraste tus ojitos yo me quedé ahí, vigilando el sube y baja de tu respiración sabiéndome tu protectora fiel.
Los días siguientes fueron una sucesión de experiencias nuevas sin fin: Madre siguiendo con paso lento a Nana Fiona para bañarte y yo cargando con la toalla, el cobertor y los pañales; Padre a punto de dormirse sobre su desayuno por las constantes desveladas; tía Brianna terminándose rollos y rollos de película con fotos tuyas… Pero los momentos que más recuerdo son los de Madre en tu habitación alimentándote. Cuando todo el ajetreo del día se veía lejano e imposible, ella ocupaba un sillón reclinable junto a la ventana, conmigo a sus pies, perdida en su expresión de adoración total. Entonces la mirada cómplice de Madre se encontraba con la mía y sonreíamos satisfechas por un trabajo bien realizado. Al fondo de la habitación, el espejo de cuerpo entero que Madre instaló durante su embarazo retrataba el cuadro feliz.
En el colegio pasé horas interminables hablando de ti. Mis dos mejores amigas saboreaban cada palabra que les contaba. Lucy tenía una hermanita dos años menor que ella a la que adoraba y Maya juraba que por fin tras mucho rogar, había logrado convencer a sus padres de traerle su propio hermanito. (Ese verano nos enteramos de que su madre tuvo una complicación en su embarazo y perdió al bebé. Maya no regresó al colegio al verano siguiente). En el autobús de regreso a casa David fingía carecer interés en ti e intentaba cambiar el tema de conversación por el de X-Men o series de televisión. Tú conoces a David como un hombre de negocios serio y padre de familia responsable, pero en aquellos días era todo un nerd. Pasaba tardes enteras con su primo Benjamín y sus amigos en el sótano de su casa leyendo cómics y desarrollando estrategias para Magic Warfare. Varias veces me invitó a sus maratónicas sesiones de juegos de rol pero una vez fue más que suficiente para mí.
Como sabes, lo mío siempre fueron los libros. Cuando naciste ya había leído El Señor De Los Anillos dos veces y me pasaba contando las horas esperando que fueras lo suficientemente mayor para comenzar a leerlo una vez más contigo. Unos días antes de que nacieras Padre me regaló El Ojo del Mundo de Robert Jordan en pasta dura y me encontraba fascinada. Cuando las cosas se calmaron un poco al fin y Madre me confió con tu cuidado, reanudé su lectura a tu lado. Leía en voz baja, pero asegurándome que escucharas las aventuras de Rand Al´Thor y sus amigos. Estaba segura de que cuando crecieras éste también sería uno de tus libros preferidos. Con cada página que pasaba reafirmaba mi idea de que realmente era la mejor hermana del mundo.
¡Y cómo olvidar las rondas de visitas familiares para que te conocieran! Todo mundo quedaba enamorado de ti y tu cuarto se fue llenando rápidamente con regalos y recuerdos deseándote la mejor de las vidas. Por fin, a casi un mes de tu nacimiento Madre decidió que era tiempo para visitar al tío Quinn. Desde luego Nana Fiona se negó a ir. Por años el misterio de su enemistad fue una nube gris que cubrió a nuestra familia. En retrospectiva, entiendo la razón de su distanciamiento, pero creo que si él viviera hoy, seguramente habrían encontrado la manera de reconciliarse y dejar atrás los resentimientos. Afortunadamente la visita fue feliz y cordial. Fue uno de esos días de lucidez total e incluso mencionó nostálgico lo mucho que le recordabas a Desmond, el hermano menor de él y de Nana Fiona. El tío Desmond había muerto siendo apenas un bebé y al escuchar su comentario Madre bajó la mirada ansiosa. Pensé que tenía miedo de que el recuerdo agitara el ánimo de la visita pero afortunadamente todo transcurrió en paz y los ánimos terminaron altos. De regreso le pregunté a Madre cómo había muerto el tío Desmond pero como siempre, me contestó que hablaríamos de eso cuando fuera mayor. A veces pienso que si Madre hubiera sido honesta conmigo las cosas tal vez hubieran tomado un rumbo diferente. Hoy entiendo perfectamente su postura y considero necesario recalcarte que ella no tuvo la culpa de lo ocurrido; como un gran mago solía decir: “El viaje no termina aquí. La muerte solo es un camino que todos tenemos que tomar”.
*
La semana comenzó como cualquier otra. El lunes después de clases ensayamos por última vez la obra para celebrar la llegada de la primavera que montaríamos al día siguiente. Recuerdo claramente el caos que ocasionamos con nuestros disfraces de flores, abejas y árboles tras bambalinas y nuestras carcajadas inundando el escenario ante la creciente frustración de Miss Lou. El único verdaderamente miserable fue David, quien había sido obligado a disfrazarse de girasol. Al terminar el ensayo Lucy, Maya y yo lo torturamos abrazándolo mientras el resto recogía sus cosas para salir. El toque final fue cuando le di un beso ruidoso en la mejilla y el pobre terminó por perder todo rastro de dignidad poniéndose rojo como tomate. Ya como adultos me confesó que por años estuvo enamorado de mí en secreto y ese beso había sido el inicio de su crush infantil. Aun me provoca ternura cuando lo recuerdo… Esa tarde ayudé a Madre a bañarte y terminé de leer El Ojo del Mundo. Durante la cena Padre nos platicó sobre su nuevo supervisor en la oficina y vimos MacGyver en la televisión mientras tú dormías. Parece tan lejano hoy, pero ese fue el último día feliz que tuvimos como familia por mucho tiempo. Y quiero que quede claro: aun hoy, hay momentos en los que cuestiono lo que pasó esa noche. Aún hoy, me pregunto si todo lo que pasó no es en realidad un sueño del que todavía no he podido despertar. Mi deseo principal es que cuando sepas esto, entiendas lo que ocurrió desde mi perspectiva y el porqué de mis acciones.
Recuerdo haber despertado sobresaltada, incómoda. Tras un breve momento de incertidumbre, descubrí que lo que me había hecho despertar fue el sonido. Era un sonido intermitente que me recordó al murmullo lejano del viento paseándose entre los árboles del bosque. Por un momento pensé que tal vez era de mañana y Padre podaba el pasto, pero rápidamente caí en cuenta que seguía siendo de noche: el reloj despertador marcaba las 3:33. Me levanté intentando localizar el origen del sonido y tras calzar mis pantuflas me dirigí a la puerta. Al abrirla descubrí que el sonido provenía de tu habitación. Tu puerta estaba abierta y la luz del zoótropo que estaba sobre tu cómoda iluminaba tenue el pasillo. Lo primero que pensé fue que Padre o Madre estarían atendiéndote como en otras tantas noches e incluso me pareció escuchar la melodía que Madre tarareaba siempre que te arrullaba. Pensé entonces en regresar a mi cama a dormir, pero algo en la naturaleza del sonido me intrigó sobremanera. Decidí continuar y mientras me acercaba comencé a notar un olor a moho que inundaba el pasillo. Al llegar al umbral de tu habitación y aun con la idea de encontrarte en los brazos de Madre unos ojos viejos y llenos de rencor se enfocaron en mí y de repente sentí cómo mi cuerpo se paralizó por un espasmo contundente y un grito primitivo se apretujó en mi garganta mientras todo a mi alrededor fue cubierto por una inexorable oscuridad…
Madre me despertó recordándome que era el Gran Día: si no me levantaba de inmediato llegaría tarde a mi obra de la primavera. Luego de lavarme los dientes y disfrazarme de abeja para la obra, salí rumbo al comedor para desayunar. Al pasar por tu habitación alcancé a percibir un leve olor que me recordó a moho. Me detuve y observé tu cuna. Me acerqué lentamente con una sensación de ansiedad en mi vientre. Tu cuna estaba vacía. Seguramente Madre te había llevado con ella cuando despertaste. A punto de retirarme algo a los pies del colchón llamó mi atención. Lodo. Eran tan solo unos granos de tierra húmeda, pero me sorprendió sobremanera: Madre no permitiría aquello bajo ninguna circunstancia. Decidí comentárselo antes de salir al colegio. Di la media vuelta para salir, pero al llegar a la puerta escuché algo que se rompió bajo mi pie. Una varita de pino. ¿Cómo había llegado allí? Una sensación de déjà vu me inundó por un segundo, pero al escuchar el nuevo llamado de Madre salí de tu habitación.
En el comedor Padre leía la sección financiera del diario. Madre se encontraba junto a la tostadora esperando mis rebanadas y me indicó con la mirada que ocupara mi lugar y comenzara a desayunar. Nana Fiona te arrullaba en sus brazos.
—Creo que había lodo en la cuna de Colin.
—¿Lodo? ¿Estás segura? Ayer lavé toda su ropa y las cobijas.
—Parecía lodo. ¿Tal vez alguna cobija se cayó al sacarla de la secadora?
—No recuerdo haber tirado nada. Voy a revisar. Tú mejor apresúrate que no quiero llegar tarde a la obra.
Terminé mi desayuno en silencio. Decidí no mencionar la varita que encontré en el piso. Tomé mi mochila ante el apuro de Madre y me despedí de Padre que le daba los últimos toques a su corbata antes de salir. Entonces me acerqué a Nana Fiona y al besarte el olor a moho me recibió en tu rostro. No cabía duda: el olor provenía de ti. Un olor a moho y a agua estancada. Nana Fiona se percató de mi incomodidad y me aseguró sonriente:
—Ahorita que se vayan le voy a dar un buen baño. Ya le hace falta ¿verdad que sí? ¿A quién le hace falta un buen baño, a quién?
Volví la mirada hacía ti y te descubrí observándome fijamente con ojos viejos y cansados.
—¿Bridget? Mi amor, vamos a llegar tarde. Recoge tus cosas ¿sí?
Salimos de la casa hacia el auto y por primera vez en mi vida tuve la sensación de no reconocerte…
*
La obra transcurrió en una sucesión borrosa de imágenes y sonidos sin ton ni son. Estuve a punto de arruinar mi línea de diálogo, pero afortunadamente David me sacó de mi estupor dándome un codazo discreto en las costillas. Mi mente era un remolino de preguntas y emociones desconocidas y tenía la sensación de que algo extraño había ocurrido, pero no podía definirlo del todo. La ola de aplausos me regresó de nuevo a la realidad y tras un breve discurso de agradecimiento de parte de Miss Lou regresamos tras bambalinas. Todo mundo se mostraba feliz por el éxito obtenido. Algunos abrazaron a Miss Lou por su dirección y Lucy y Maya no dejaron de hablar sobre sus disfraces. El único que notó mi falta de ánimo fue David.
—¿Estás bien? Estuviste bastante distraída allá enfrente.
—No dormí bien. Creo que tuve pesadillas.
—¡Ja! ¿Cenaste de más?
—No. No fue eso.
—¿Recuerdas tu sueño?
—Eso es lo más raro: no recuerdo qué soñé. Solo sé que hoy desperté sintiéndome rara.
—Um, tal vez luego te acuerdes. A mí me pasa a cada rato.
—Tal vez…
Esa tarde, luego de terminar la tarea encontré a Madre alimentándote en tu habitación. Al verme sonrió y con un gesto me indicó que la acompañara. Ocupé mi lugar a sus pies y los observé en su dinámica que conocía tan bien. El olor a moho ya no era tan fuerte como en la mañana, pero aún se percibía en el ambiente.
—Tenías razón sobre el lodo—susurró sin apartar la vista de ti—. Nana Fiona tuvo que lavar de nuevo toda la ropita de cama.
—¿Sabes de dónde vino?
—No. Tal vez al sacarla de la secadora tocó el piso, como dijiste.
Ambas guardamos silencio. Ninguna de las dos quisimos ahondar en el tema porque en ese momento realmente no teníamos nada más qué agregar. Sin embargo, tras debatirlo mentalmente un rato la cuestioné sobre el olor.
—¿No notas un olor extraño?
—¿Olor extraño? ¿Cómo a qué?
—No sé. ¿Moho? ¿Humedad? Me recuerda al olor del agua que se estanca en los desagües de la casa de campo de Nana Fiona.
Madre comenzó a olfatear el ambiente. Al terminar acercó la nariz a tu cuerpo como lo hacía cuando necesitabas un cambio de pañal.
—No. No huelo nada. ¿No será tu disfraz? Recuerda que usaste goma líquida y eso huele feo por años.
¿Cómo era posible que no notara ese olor tan desagradable? ¡Y desde luego que no olía a goma! ¿Cómo podía confundir una cosa con la otra! La frustración me invadió, no solo porque Madre parecía ajena al olor que inundaba tu cuarto sino por la extraña sensación que me había acosado durante todo el día. Decidí regresar a mi habitación antes de enojarme de más y me despedí de Madre. Al acercarme para despedirme de ti, el olor en tu cuerpo era aún más fuerte y al besarte abriste los ojos y me volviste a ver con esos ojos extraños y desconocidos. Descontando el olor, todo en ti parecía normal: tus dedos regordetes sujetando la cobija; tu cabecita con cabello fino del mismo color que el ocaso; tus cachetes tiernos que tanto me gustaba besar… Pero tus ojos… Tus ojos eran los de un adulto cansando. No eran los ojos de la personita de la que me enamoré desde el momento que te vi; no era la mirada del ser que había jurado cuidar y amar por siempre. Regresé a mi habitación y me recosté en mi cama. Pasé un largo rato intentando deducir por qué me sentía así y recuerdo haber escuchado a Madre ordenando que me preparara para la cena, pero la ansiedad y el estrés por la obra terminaron por vencerme y sin querer terminé quedándome profundamente dormida.
Soñé que estaba en un bosque. Sobre el suelo serpenteaba una neblina espesa que silenciaba mis pasos y a lo lejos escuché el sonido de agua corriendo. El viento que silbaba entre los árboles era frío y húmedo y la oscuridad lo impregnaba todo, sin embargo, podía ver claramente el sendero por el que caminaba. Seguí en silencio hasta llegar a la orilla de un lago flanqueado por piedras redondas cubiertas con musgo. Al centro se encontraba un islote cubierto por pinos. En algún lugar del islote alcancé a ver luz y escuché voces que cantaban y celebraban en un idioma que no pude entender. Quise cruzar, pero el agua estaba helada y solo traía mis pantuflas de dormir. Grité en dirección del islote, pero el viento sofocó mi voz arrastrándola lejos de mí. Decidí cruzar. Necesitaba saber quién estaba del otro lado… necesitaba saber dónde estaba. Entonces, al dar el primer paso dentro del agua helada una mano pequeña con uñas afiladas apareció de entre las piedras de la orilla y me tomó de la pierna. Un enano con piel verdusca, de nariz enorme y orejas puntiagudas que sobresalían de un gorro largo y flácido sujetaba fuertemente mi tobillo y al gritar abrí los ojos ante la mirada perpleja de Madre que me hablaba para levantarme antes de que se me hiciera tarde para ir al colegio.
—¿Estás bien? Estás sudando… ¿Tienes fiebre?
—No.
—Um, no tienes temperatura. Seguramente tuviste una pesadilla —aseguró con una sonrisa compasiva—. ¡Anda! ¡Arriba, que se te va a hacer tarde!
Madre salió de la habitación y yo me quedé un momento sentada sobre mi cama confundida, tratando de recordar mi sueño. Recordé… ¿un bosque? ¿Qué estaba haciendo en un bosque? ¿el sonido del viento silbando entre los árboles? Traté de despejar mi mente y levantarme, pero al calzar las pantuflas descubrí horrorizada un par de cortadas aun frescas en mi tobillo. Rodeando las heridas, las marcas de una mano pequeña y restos de lodo…
*
Con el paso de los días tu comportamiento al igual que tu mirada se volvió serio y taciturno. Tu vida, que hasta ese momento lo había iluminado todo, se estancó en una rutina letárgica interrumpida solo por comidas calladas e intentos patéticos de juegos desprovistos de risas e imaginación. Con el tiempo descubrimos que había cosas que sí llamaban tu atención: por ejemplo, al acostarte en la cuna tu vista se fijaba inmediatamente en el móvil de El Señor de Los Anillos que te regalé. En ocasiones en las que te creías solo tu atención se volvía hacia Gandalf y compañía y te animabas en un balbuceo familiar, como si platicaras con ellos. Tu expresión se volvía interesada y extendías tus bracitos intentando tocarles. Si embargo esa atención fue desplazada con el repentino interés por un collar de perlas de fantasía que un día descubriste en el cuello de Madre. Desde el momento que lo viste tu obsesión fue tal que Madre tuvo que dártelo para que jugaras con él. A partir de entonces se volvió el único juguete que ameritaba tu atención. Pasabas las horas jugando con él, recorriendo las perlas como si tu vida dependiera de ello. Por momentos me recordabas a Nana Fiona con su rosario cuando asistíamos a Misa; cada cuenta requiriendo el fervor dedicado del pecador. Cuando Madre intentaba quitártelo a la hora del baño el escándalo que ocasionabas era tal que desde entonces decidimos dejarlo a tu alcance de manera permanente. El resto del tiempo tu comportamiento era desinteresado y apático y mi vientre se contraía en un nudo de ansiedad por saberte desconocido y ajeno.
Las semanas se convirtieron en meses y las jornadas interminables de clases terminaron abruptamente con la llegada del verano. Como cada año, salir de campamento me dio un respiro de los suburbios y en esta ocasión —y muy a mi pesar—, de mi familia. Hubo días en los que pude olvidar el drama ocasionado por el abrupto cambio en tu comportamiento, pero por lo general las noches eran intranquilas y pobladas con sueños extraños e incompletos. Las semanas en el campamento vinieron y se fueron y al regresar continué mi rutina ayudándole a Madre y a Nana Fiona a cuidarte, pero cada vez que tenía que interactuar contigo, tu mirada cansada y recriminatoria me hundía en una ansiedad que me persiguió el resto del verano. De regreso en el colegio, intenté sin mucho éxito prestar atención en clases y me enteré junto con Lucy de lo ocurrido con Maya. La noticia de la pérdida de su hermanito me hundió en una profunda depresión que comenzó por primera vez, a afectar mi desempeño escolar y perdí incluso, el interés por leer. Créeme cuando te digo que esos fueron los meses más miserables de mi vida
Una tarde al llegar del colegio Padre y Madre me esperaban para hablar de ti. Tras consultar a tu pediatra habían decidido aplicarte unas pruebas y llevarte con un especialista. La palabra autismo fue mencionada.
—¿Qué es eso?
—Es un… trastorno del comportamiento —titubeó Padre—. Algo pasa en su cerebro que no le permite comportarse como otros niños de su edad.
—Mi Vida, ¿has notado que tu hermanito ha cambiado últimamente? ¿Recuerdas que al principio era muy juguetón y risueño? Ese cambio es porque su cerebrito funciona diferente —continuó Madre mientras acariciaba mi cabello como lo hacía siempre que hablábamos de cosas serias—. El pediatra dice que tal vez requiera cuidados especiales, pero sobre todo es necesario que entiendas que nada va a cambiar en nuestro amor por Colin ¿entiendes? Seguiremos amándolo y cuidándolo como siempre lo hemos hecho ¿sí? Seguiremos siendo la misma familia de siempre…
Volví la vista a Padre que solo pudo sonreír mecánicamente mientras Madre seguía acariciando mi cabello. Sabía que eso no era verdad. Estaba consciente de que aquello era lo que ellos querían creer, pero yo sabía lo que pasaba en realidad. Mi corazón seguía amándote y nada deseaba más que protegerte y ver cómo crecías y que te convirtieras en un hombrecito vital y hermoso pero mi mente me decía que todo esto no era normal. Los doctores no te conocían como yo; ellos no sabían de qué hablaban. Ellos no sabían lo que había ocurrido la noche que entré a tu habitación.
—No es Colin —murmuré.
—¿Qué dijiste?
—Ese no es Colin. No sé cómo, pero alguien lo cambió hace unos meses. Fue en la noche. Me levanté porque creí escuchar voces y cuando entré en su habitación había alguien que tomó al verdadero Colin y dejó… dejó algo más; algo diferente…
Madre había retirado su mano de mi cabello y cubría su boca mientras que Padre me observaba con extrema incredulidad.
—Alguien cambió a Colin mientras dormía —repetí—. Dejaron lodo en su cuna y en la mañana descubrí una varita de pino cerca de la puerta de su habitación.
—Bridget, mi amor…
—Princesa, sé que esto es difícil de entender, pero lo que tiene tu hermanito es algo que está fuera de nuestras manos. No te puedes culpar de lo que ocurre.
—¡No es Colin! ¿Por qué no lo pueden ver? ¡Tú misma dijiste lo mucho que ha cambiado!
Madre me sujetó de los hombros, mirándome fijamente a los ojos.
—Bridget, por favor… —Sus ojos estaban rojos e hinchados y las lágrimas fluían por sus mejillas dejando estrías negras de maquillaje—. Mi Vida… Voy a necesitar que me ayudes con esto ¿entiendes? Tu hermanito nos necesita ahora más que nunca. ¿Recuerdas la promesa que hicimos cuando llegó a casa? ¿Lo amaríamos y lo protegeríamos por siempre? Sé que esto es lo más difícil que te he pedido en la vida, pero por favor: te necesito a mi lado ¿sí?
Madre me sostuvo en silencio y mis labios comenzaron a temblar sin control y mi vista se nubló tras un llanto reprimido. Cuando ya no pude aguantar más me perdí en sus brazos eternos mientras repetía incesante que todo estaba bien; que entre los tres cuidaríamos a Colin y que a pesar de todo seguiríamos siendo una familia feliz…
Esa noche antes de regresar a mi habitación decidí visitarte para reafirmar mi promesa. Jugabas con el collar de perlas de Madre. Te observé en silencio tratando de reconocerte, pero lo único familiar en ti a esas alturas era el olor a moho que seguía flotando en el ambiente. Recordé haber leído alguna vez que la gente se acostumbra al mal olor con el tiempo. Pensé que tal vez algún día me acostumbraría por completo y entonces me podría quitar esa sensación de vacío que me provocaba verte tan diferente.
—Padre dice que te portas así porque tu cerebro es diferente —murmuré jugueteando con el collar de perlas—. Es solo tu cerebro ¿verdad? ¿Es solo tu mente la que cambió y yo estoy loca por pensar que alguien te cambió esa noche?
Al descubrir que también jugaba con el collar tu rostro explotó en una mueca de furia e inmediatamente intentaste arrancarlo de mis manos.
—No seas así —volví a murmurar mientras que sentía que las lágrimas me inundaban de nuevo—. Solo quiero jugar contigo un momento…
Seguiste forcejeando. Sabía que lo más sensato sería soltar el collar, pero una frustración infinita me inundó al saberme excluida una vez más de tu vida. ¿Esta sería nuestra relación a partir de ahora? ¿Tendría que resignarme a rotar a tu alrededor temerosa de tocarte o abrazarte? ¿Nunca jugaríamos ni te enseñaría a leer El Señor De Los Anillos o La Espada de Shannara? La frustración se convirtió en rabia al ver tu comportamiento egoísta y aunque sabía que solo te causaría daño, sujeté el collar con fuerza con la vana esperanza de que por alguna manera cayeras en cuenta que tu conducta era la incorrecta. Exasperado, jalaste el collar que al romperse terminó regando las perlas de fantasía por toda la cuna y de tu boca salió un reclamo gutural que me congeló el alma:
—᚛ᚂᚓᚈ ᚌᚑ᚜
Inmóvil por la sorpresa solo pude atinar a observar cómo te levantaste desesperado a recoger cada una de las perlas del collar mientras vociferabas en una lengua que no pude entender. No era plática de bebé ni balbuceos incoherentes de una criatura recién nacida; eran palabras en una lengua formal. Tenían propósito y continuidad y su ritmo coincidía con las piezas que recogías. Esta cosa que había tomado tu lugar estaba contando las perlas del collar…
*
A la mañana siguiente llegué tarde al colegio. Ignoré el llamado de Madre para levantarme y perdí el autobús. Nana Fiona no había pasado la noche en casa así que Madre tuvo que llevarte… No. No tuvo que llevarte; tuvo que llevarlo a él en la parte trasera del auto rumbo al colegio. En sus manos traía las perlas sueltas del collar. Se había negado a soltarlas y temiendo que se fuera a atragantar con una de ellas Madre decidió colocarlas dentro de un biberón vacío. Su vista se encontraba fija en las perlas y acariciaba el recipiente obsesionado mientras murmuraba las palabras que le escuché mencionar la noche anterior. Al bajar del auto su vista se apartó un segundo del biberón para seguirme con sus ojos viejos que nunca dejaron de recriminarme.
—Dile adiós a Bridget, Colin —dijo Madre con fingido entusiasmo.
Di la media vuelta en silencio y me dirigí al salón de clases.
Como ya era usual, el día transcurrió en una sucesión de eventos ajenos interrumpidos por preguntas esporádicas de los profesores y los comentarios vacuos de Lucy. La diferencia fue que entonces ya no tenía energías para fingir interés. A la hora del almuerzo preferí no sentarme con mis compañeras y decidir comer en el patio. Ocupé una mesa apartada del barullo e intenté comer algo, pero el agujero en mi alma me impidió probar bocado. Sentía unas ganas infinitas de llorar, pero sabía que de esa manera no resolvería nada. Repasé una y otra vez mi memoria de la noche que te robaron para ver si encontraba alguna pista que me permitiera idear un plan para recuperarte, pero fue en vano. Lo único que regresaba a mi mente fue la expresión de odio del substituto cuando rompí el collar y ese idioma extraño que usaba para contar las perlas. Por momentos estaba segura de detectar algo familiar en la situación, pero por más que intentaba definirlo, la idea se evaporaba inmediatamente de mi mente.
—Sé que me vas a decir que no te pasa nada malo, pero: ¿En serio me vas a decir que todo está bien comiendo en la mesa de los inadaptados?
David se había sentado del otro lado de la mesa sin que me diera cuenta y sonreía de manera culpable sabiéndose transgresor de mi espacio personal. En circunstancias normales habría respondido con una frase ingeniosa que sirviera como amenaza cómplice pero esa mañana mi mente estaba atascada en el olor a moho del ser que ocupaba tu lugar. Intenté sonreír, pero lo único que logré fue bajar la vista hacia el plato con la comida intacta.
—Esta mañana no te vi en el autobús.
—Me levanté tarde. Madre me trajo.
—¿Estás… um… te sientes bien?
—No. ¡Digo, sí! Es solo que… las cosas no están muy bien en casa.
—¿Quieres hablar?
Mi primer instinto fue salir corriendo de allí e ignorarlo, pero mi única reacción fue mantener la vista fija en la bandeja de comida. ¿Cómo podía pensar en confiar en él? ¿Qué podía decirle sin que pensara que estaba loca? ¡Mis propios padres no me creían! Hasta ese momento estuve convencida de que aquella era una batalla que tenía que librar sola. Tú eras mi responsabilidad; era mi deber como tu hermana mayor encontrar la manera de traerte de regreso de donde estuvieras. Así que decidí agradecer la oferta y pedirle que no se preocupara; que todo estaba bien, pero al volver la vista hacia su mirada deformada por sus enormes lentes vi por primera vez algo que había estado ausente en mi vida desde que todo aquello había comenzado: confianza. David creía en mí. Supe en ese momento que yo también podía confiar en él. Supe entonces que aquella prueba sería el adhesivo que nos mantendría unidos el resto de nuestras vidas.
Le conté todo: sobre la noche que te tomaron; mis sueños del bosque; el lodo en la cuna y la varita de pino; el diagnóstico de autismo; la reacción del substituto al romper el collar de perlas… Por primera vez en meses, saqué todo lo que traía guardado y que me había estado carcomiendo el alma sin parar. David escuchó atento cada detalle asintiendo con la cabeza con cada pieza de información. Al terminar quedamos en silencio y caí en cuenta por primera vez de que el patio estaba desierto: nunca escuchamos que el timbre para volver a clases había sonado y nos habíamos quedado solos en la mesa de los inadaptados. Después de un largo momento de rumiar en silencio sus ideas, David exhaló de manera casi teatral y se llevó las manos a la cabeza.
—Guau…
—Ya sé.
—¿Tienes alguna idea sobre qué hacer?
Bajé la mirada y negué en silencio.
—Espero que no me lo tomes a mal, pero…
—¿Qué? ¿No me crees? ¿Crees que es mi imaginación? ¿Crees lo del autismo?
—¡Whoa Nelly! Um… No, no es eso… Es que…
—¿Qué?
—¿El ser que describiste en tu sueño?
—¿Ajá?
—Um… Bueno, la descripción es muy parecida a la de los Gobbelin y…
—¿Gobbelin? ¿De qué estás hablando?
—Los Gobbelin son miembros de la orden de duendes en Magic Warfare y lo de tu hermano suena a-
—Magic… David ¿de qué diablos me estás hablando? ¡Te acabo de contar lo que le pasó a mi hermano y tú estás hablando de tus juegos de rol!
—Es que…
—¡David!
—Déjame que te explique ¿sí? Dame un momento para terminar lo que te quiero decir ¿Okey?
—Um… Okey…
—Bien. El ser que describiste en la orilla del lago ¿sí? En una de las primeras versiones de la historia del Magic Warfare los Gobbelin son duendes a cargo de causar caos en las huestes enemigas ¿sí? Usan trucos y bromas para desviar su atención y son excelentes centinelas. Pero lo que tal vez te interese más es que algunos de ellos se especializan en resguardar el botín de las guerras porque son extremadamente celosos de sus posesiones. No solo eso, sino que además ellos son los encargados de llevar las cuentas en los bancos del Reino.
—Dios mío…
—¡Ajá! ¿Y quieres saber algo que te va a congelar la sangre? ¡Guau! ¡Mira: se me pone la carne de gallina! ¡No lo puedo creer! Si esto es verdad, Benjamín se va a morir de la envi-
—¡David!
—¡Oh! ¡Perdón! Tienes razón, disculpa… Okey… En uno de los niveles del juego de la primera edición, una de sus actividades menos conocidas es la de conseguir duendes nuevos ¿sí? Los Gobbelin son seres casi inmortales y muy difíciles de eliminar, pero al ser seres muy viejos su, um… este… su ¿semilla? no es, eh… necesariamente… um… ¿fértil? y en ocasiones encargan a los Gobbelin jóvenes para que consigan duendes nuevos ¿okey?
Mi sangre literalmente se congeló al descubrir a donde se dirigía David con su relato.
—Okey…
—Entonces lo que hacen es tomar al Gobbelin más viejo de la villa, a aquel que tiene poco tiempo de vida y lo… um… lo transforman mágicamente en un bebé y…
Ya sabía la respuesta. Sabía lo que David quería decir. Sabía lo que esos seres eran y sabía lo que habían hecho contigo, sin embargo, dejé que David terminara el relato tan solo para escuchar que con su voz confirmara lo que mi corazón ya sabía:
—…entonces van al pueblo más cercano y buscan a un niño recién nacido y de preferencia sin bautizar ¿sí? y cuando lo localizan esperan a que el reloj marque la hora de las brujas y lo cambian por el Gobbelin anciano. A este niño cambiado lo conocen como Changeling…
Al regresar del colegio fuimos directamente a la casa de David. Le pedí que me mostrara toda la información que tuviera sobre los Gobbelin y eso significó pasar un par de horas leyendo manuales, historias y tarjetas de los personajes de Magic Warfare. La edición que él tenía era una versión contemporánea y no mencionaba a los Changelings, pero cuando me mostró la tarjeta del personaje lo reconocí de inmediato. Obviamente la imagen del juego era una representación artística pero la idea general era la misma. Cualquier duda que pudiera albergar en mi mente se había disipado gracias a todo lo que había escuchado y visto ese día. Sin embargo, aun había algo que tenía que hacer antes de elaborar mi plan para recuperarte. Le pedí prestada la tarjeta del Gobbelin a David.
—Um… Esa es una... um, ¿edición limitada?
—David…
—¡Perdón! ¡Tienes razón! Discúlpame, no sé en qué estaba pensando. ¡Claro que la puedes tomar! Um… ¿Puedo preguntar qué piensas hacer con ella?
—Creo que sé de alguien que ya ha pasado por esto mismo. Quiero llevarle la tarjeta para que me diga si lo reconoce. Tal vez él me pueda ayudar.
—¿Oh sí? ¿Quién es?
—Es mi tío Quinn…
*
A la mañana siguiente me levanté temprano y me porté de la mejor manera durante el desayuno. Incluso intenté juguetear con el impostor antes de salir a esperar el autobús. Desde luego, apenas me prestó atención pues seguía contando perlas dentro del biberón. Camino al colegio David me confió que su primo Benjamín tenía una copia original de la primera edición del manual de Magic Warfare. Había hablado con él por teléfono la noche anterior.
—¿Esa es la edición en la que hablan de los Changelings?
—Sí. Es una primera edición en excelente estado. La compró con dinero de su Bar Mitzvah y es extremadamente difícil de conseguir. Viene en su empaque original y es-
—¿Crees que me lo quiera prestar? Quiero ver exactamente qué dice sobre los Changelings.
—Um… Es una primera edición en excelente estado y-
—¡David!
—Perdón… um, no sé. Debo preguntarle, ¿sí? Te aviso hoy en la tarde.
—Gracias. Dile que prometo cuidarla como si fuera la primera edición autografiarla de El Señor De Los Anillos ¿okey?
Ambos sonreímos. Sabía que, aunque tuviera el manual en mis manos eso no resolvía nada, pero por primera vez desde que te tomaron, pude sentir que por fin había algún tipo de esperanza de recuperarte.
Al llegar al colegio me despedí de David.
—¿Estás segura de que no quieres que te acompañe?
—Sí. Esto es algo que tengo que hacer sola. Es familia ¿sabes?
—Sí… Um… cuídate ¿sí?
—Te hablo en la tarde, ¿okey?
Cuidando que no me descubriera alguno de los profesores, caminé un par de calles hasta llegar a la parada del autobús. Tuve que cambiar de ruta un par de veces antes de llegar a la que me llevaría a la casa del tío Quinn. En mi mochila traía la tarjeta que David me había prestado. Pasé una buena parte del recorrido observando la pintura y leyendo la descripción en la parte trasera. Sabía que el juego era ficción. Desde luego la historia narrada en Magic Warfare era producto de la imaginación de sus creadores, pero aun así no podía dejar de preguntarme en qué grado la historia estaba basada en eventos reales. ¿Tal vez lo que había ocurrido contigo tenía un precedente real y la gente solo había atinado a considerarlo como historias de ficción o folklore? Mi única certidumbre era que solo una persona podía confirmar la veracidad de tu historia. Al igual que yo, el tío Quinn había perdido a un hermano y mi intención era averiguar si nuestras historias coincidían.
Al llegar Camila me recibió y me indicó que el tío Quinn estaba en el patio trasero. Seguramente tú no recuerdas a Camila: una enfermera menuda pero fuerte como los toros que Padre y Madre (junto con tía Brianna) contrataron para que cuidara al tío Quinn los últimos años de su vida. Nunca me cayó bien. Cruzamos la casa en silencio hasta llegar al patio donde el tío Quinn atendía con decrépita atención su huerto. Desde luego hoy nada queda de éste, pero por años fue el foco principal de su atención. Cultivaba tomates, cebollas y papas. Como sabes, las papas siempre han sido importantes para nuestra gente y ese día comprendí por qué. Me acerqué lentamente hasta llegar a su lado y le llamé por su nombre. En un principio no hubo reacción y el alma se me congeló al pensar que tal vez ese era uno de sus “días malos” en los que no reconocía a nadie y que mi viaje habría sido en vano, sin embargo, volteó lentamente y al verme su rostro se iluminó con su sonrisa franca que nunca lo abandonó.
—¡Bridge! ¡Qué sorpresa! ¿Trajeron al Poderoso Colin? ¿Dónde está? Déjame limpiarme las manos para cargarlo…
—Tío Quinn, necesito hablar contigo.
—¡Pero claro! ¿Has venido con tu madre? ¡Dile que venga acá atrás, es un día perfecto para estar en el huerto!
—Tío Quinn, Madre no vino. Sólo estoy yo. Necesito hacerte unas preguntas.
—¿Eh? ¿Viniste tú sola? ¿Sabe tu madre que estás aquí?
—Tío Quinn, por favor… Tenemos que hablar del tío Desmond.
Su expresión se transformó en una mueca de incertidumbre.
—¿Desmond? ¿Quieres hablar de Des-? ¿Por qué quieres hablar de eso?
—Necesito saber qué le pasó. Necesito saber qué pasó cuando eran niños y cómo… cómo murió…
Su mirada me indicó que ya sabía exactamente por qué estaba ahí. Por un segundo intentó sonreír y desviar mi atención con un gesto silencioso indicando hacía el huerto, pero al final se quedó quieto con el torrente de buenas intenciones atoradas en la garganta. Pensativo, se dirigió lentamente hacía su silla debajo del enorme parasol donde pasaba las tardes cuidando el huerto. Tras tomar asiento palmeó el cojín de la silla contigua indicándome que lo acompañara. Estuvimos un rato en silencio. Ya había dado el primer paso; ya le había dado a conocer el motivo de mi visita, pero no sabía cuál era el paso a seguir. El tema del tío Desmond siempre había sido tabú en mi familia siendo el tío Quinn el único que al parecer lo recordaba, sin embargo, en ese momento no sabía qué hacer. ¿Debía presionarlo para que me contara algo que sabía que era doloroso para él? ¿Tal vez nadie quería tocar el tema por temor de provocarle un daño emocional mayor al tío Quinn? Tal vez yo tenía miedo de descubrir que su muerte había sido algo mundano que nada tenía que ver con lo que había presenciado la noche que te tomaron…
—Tío Colin, ¿Qué le pasó a Desmond? ¿Por qué nadie quiere hablar de él?
Suspiró profundamente y volvió la vista hacía el huerto.
—Bridge, no es que nadie quiera hablar de él… Cuando nació todo mundo lo adoraba; era curioso y se reía de todo y tenía los pulmones de un gallo. Todo mundo estaba enamorado de él… No, no es que nadie quiera hablar de tu tío: de lo que nadie quiere hablar es de su… enfermedad. Eso fue lo que devastó a la familia. Eso es lo que nadie quiere mencionar…
—¿Enfermedad?
—Eso es lo que Fiona siempre ha dicho. Es lo que mamá y papá dijeron. Alguien les metió la idea de que Desmond estaba enfermo, pero yo nunca lo creí. Nunca creí que eso fue lo que pasó…
—¿Qué pasó?
Guardó silencio una vez más. Pude ver cómo su mente luchaba por formular una respuesta objetiva, pero al igual que en mi caso, su intento fue en vano.
—¿Sabes por qué cultivo papas? En nuestra familia y en general para nuestra gente, ya sabes, las papas siempre han sido importantes. Mi bisabuelo fue superviviente de la Gran Hambruna ¿sabes? An Gorta Mór le llamamos en nuestra lengua. En el pueblo donde vivía, él fue el único que logró escapar. Cuando su madre por fin sucumbió ante el hambre, caminó por días enteros sin rumbo, recorriendo tierras y plantíos muertos plagados con cuerpos en descomposición. Sin darse cuenta llegó a las orillas de la tierra del Señor local. Sabía que si lo veían mendigar lo azotarían y lo dejarían por muerto en el camino, pero nadie apareció. Siguió su camino hasta el castillo donde lo descubrió abandonado. Desesperado, se dirigió hacia la cocina con la esperanza de encontrar algo para comer. Al llegar cayó en cuenta que no había sido el único con esa idea. En ese momento se desplomó seguro que ese sería su fin. Entonces, cuando todo parecía perdido, una rata corrió por la esquina de la pared perdiéndose tras una puerta que daba a un cuarto cerrado. Decidió seguirla, pues si algo sabía aparte de la certeza de la muerte era que las ratas son expertas en supervivencia. Era un almacén para granos, pero al igual que la cocina, estaba vacío. A punto de perder la esperanza una vez más, escuchó un ruido que atribuyó a la rata que seguramente había tirado algo. Al llegar a la fuente del sonido descubrió otra puerta que llevaba a otro cuarto que al parecer no había sido descubierta por los saqueadores. Regresó a la cocina en busca de algo que le permitiera ver en la oscuridad. Con gran dificultad logró encender un madero que encontró en horno y se dirigió de nuevo al almacén. Cada miembro de la familia cuenta lo que encontró allí de manera diferente: hay quienes dicen que el cuarto estaba lleno con sacos de papas que el Señor acaparó para consumo de él y su familia; otros dicen que solo era un saco de papas secas y no falta quien diga que era una sola papa gigante que lo alimentó por días. Lo único cierto es que en ese cuarto mi bisabuelo encontró alimento suficiente para ese y los días que le siguieron hasta que llegó al puerto donde junto con otros tantos lograron emigrar a este país. 1852. Ese fue el año que llegaron. Desde entonces hemos vivido aquí y las papas son el símbolo que nos recuerda cómo y por qué estamos aquí.
Guardó silencio y bajó la mirada.
—Pero no solo trajimos nuestra hambre y la mano de obra con la que ayudamos a levantar las grandes ciudades del Nuevo Mundo. No: junto con nuestra gente llegaron nuestras memorias y nuestras costumbres; en el alma trajeron la patria eterna y en el corazón albergaron la pasión que siempre nos ha caracterizado…
Cerró los ojos y vi que sus manos se cerraron en un puño frustrado.
—También trajeron nuestros monstruos, —dijo con voz temblorosa tratando de frenar el llanto.
—Bridge, la razón por la que nadie quiere hablar sobre Desmond es porque nadie quiere aceptar la realidad de nuestra familia… Cuando mi bisabuelo llegó aquí, no solo trajo nuestra supervivencia, sino que además trajo consigo la maldición que ha perseguido a nuestra familia por siglos. De lo que nadie quiere hablar, Bridge, es que en CADA generación uno de nuestros hijos muere siendo apenas un infante. Así ha sido durante siglos ¿entiendes? Y todos saben exactamente cómo pasa: de la noche a la mañana algo cambia; de repente se vuelven serios y casi nada llama su atención. Algunos comienzan a hacer movimientos que repiten sin cesar y otros nunca aprenden a hablar. En ocasiones explotan de rabia cuando les cambian la rutina o le mueven un juguete. Otros se obsesionan contando cosas… Y el final siempre es el mismo: terminan marchitándose hasta que en cosa de un par de años su luz se apaga sin que nadie sepa por qué…
Abrió sus ojos enrojecidos y volvió la vista al huerto.
—Dicen que están enfermos, pero no hay doctor que sepa decir cuál es su enfermedad. Dicen que son cosas del cerebro. Dicen que la única solución es quererlos y esperar que con una educación adecuada su vida sea soportable pero lo único que logran es hacernos creer en una vida truncada por algo que nadie puede explicar… Pero yo sé, Bridge… Yo sé lo que ocurre en realidad porque yo los ha visto, ¿entiendes? No es una enfermedad. No es algo en su cerebro pues no ES su cerebro ya… ¡Esos niños no se comportan igual que antes porque no son ellos ya!
—¿Tío Quinn?
En mi mano sostenía la tarjeta del Gobbelin. Al verla sus ojos se expandieron como globos y su rostro se contorsionó en una máscara de terror. Volvió su vista encontrando la mía y tuve la certeza que aquella había sido la primera vez en su vida que alguien le creía.
—¿Colin?
Asentí en silencio.
—Oh, Dios…
Tomó la tarjeta y la estudió detenidamente.
—No son exactamente iguales.
—Lo sé. Esta es una pintura para un juego de mesa. Lo más seguro es que esté basado en cuentos y leyendas, pero la descripción general es bastante cercana.
Me regresó la tarjeta y me indicó que lo esperara en mi lugar.
—No tardo…
Regresó al poco tiempo con un par de libros que colocó en mis manos. Uno de ellos estaba cubierto en piel y en la portada tenía grabados símbolos que más tarde identificaría como celtas. El otro era un volumen grande que parecía cargar el peso mismo del universo. El interior de ambos estaba lleno con anotaciones, dibujos y recortes de todo tipo.
—En mi juventud hice un viaje a la madre patria. Este que vez aquí es mi primer diario de viaje. No te dejes engañar por su estado: sé que parece una antigüedad, pero en realidad lo compré en una tienda de curiosidades en el aeropuerto al llegar. El otro lo comencé al regreso de mi viaje inicial. Esto fue mucho antes que tú nacieras desde luego y antes de… ya sabes… mis episodios… Para ese entonces la muerte de Desmond era tan solo un recuerdo distante; algo que había pasado en mi niñez y que para esos años no ocupaba mayor importancia en mi mente; lo había aceptado como inevitable y había decidido seguir adelante con mi vida. Era un viaje de placer con el objetivo no expreso de recorrer los lugares y la historia de la familia, antes que el bisabuelo iniciara su viaje que nos trajo a todos aquí. Un día me encontré en una taberna en el puerto de Waterford que aseguraba estar en servicio siglos antes de la mismísima An Gorta Mór. Desde luego solo tengo su palabra de la veracidad de semejante declaración, pero aun así me pareció divertido preguntar entre los locales si alguno de ellos había escuchado el nombre de la familia. Para mi sorpresa algunos reconocieron el nombre del bisabuelo e incluso conocían la historia de su milagroso escape. Fue entonces cuando comencé a recopilar los relatos y fechas que encontrarás en el diario. En un principio fue algo divertido; como te decía, una aventura juvenil de reencuentro con mis raíces. Entrada la noche y en medio de pintas interminables y palabras con acentos cada vez más indescifrables, se acercó un hombre que aseguró ser pariente por parte de alguna de las ramas lejanas de nuestra familia. Él fue el primero en mencionar la maldición de nuestros niños. Seguramente fue por el alcohol, pero en ese momento no le creí. Pensé que sería algún charlatán que embaucaba a turistas con relatos de folklore local a cambio de cerveza y decidí seguirle la corriente. A la mañana siguiente, en medio de la peor resaca de mi vida, recordé las palabras del hombre y por primera en años pensé seriamente en Desmond. Algo se había activado en mi mente al evocar lo que el hombre me había contado. Recordé lo que había pasado la noche que Desmond había sido tomado y horrorizado recordé por primera vez a los seres responsables. Decidí buscar al hombre para obtener información adicional, pero fue inútil. No fue sino hasta un par de días después que lo volví a encontrar en la misma taberna donde lo conocí. Esta vez, con la mente despejada, decidí cuestionarlo a detalle, escribiendo en mi diario todo cuanto me parecía relevante. Nuestros encuentros se repitieron por dos noches más. A la tercera noche me confesó por fin lo que ya sospechaba: él había sido testigo igual que yo del momento del intercambio de su hermana menor a manos de estos seres repugnantes. Fue un momento de catarsis para los dos… Después de esa noche jamás volví a verlo. Durante el resto de mi estadía en nuestra tierra y por años después a mi regreso, busqué cuanta información pudiera obtener. Estos diarios son el resultado de mis investigaciones hasta el momento en que mi mente comenzó a… decaer…
Sonrió con una mueca que aspiraba entendimiento, señalando con un dedo a su cabeza. Al contrario de la enfermedad que le atribuían a tu substituto, su enfermedad era real y tenía nombre; es un nombre que inspira el terror que implica perder poco a poco y de manera inexorable tu propia identidad.
—Hubiera deseado tener la información que contienen estos diarios cuando Desmond fue tomado. No sé si habría hecho alguna diferencia, pero hay momentos en los que creo que, con esto, tal vez habría tenido una oportunidad de luchar por él. Tómalos y estúdialos; tal vez tú aun tengas esa oportunidad…
Guardé los diarios en mi mochila. Quise seguir cuestionándolo, pero caí en cuenta que era tarde y era hora de regresar al colegio si quería alcanzar el autobús a casa. Volví la mirada en su dirección y poniéndome de pie, lo abracé y le di un beso en la mejilla.
—Gracias, tío Quinn. Gracias por confiar en mí.
—Espera, tengo algo más para ti.
Desabotonó el cuello de su camisa y extrajo un collar que nunca había visto. Indicó que me inclinara y lo colocó en mi cuello. El pendiente era un triskelion de metal. No era muy grande, pero pude sentir el peso de su historia en mis manos.
—El hombre de la taberna me lo dio la última noche que hablamos. Es de hierro, Bridge. Ellos no soportan el hierro…
—¡Bridget! —Gritó madre desde la puerta de la casa. Detrás de ella, Camila me observaba con mirada justiciera.
—¿Me quieres explicar qué haces aquí? ¿Por qué no estás en clases?
—Yo…
—¡Quinn! ¿Cómo es posible que Camila haya sido la que me avisó que Bridget estaba aquí? ¿No se te ocurrió avisarme tú mismo?
—Madre, déjam-
—¡Silencio! Quiero que te vayas al auto y me esperes ahí, ¿entendiste?
—¿Puedo expli-?
—¡Ahora!
Volví la vista hacía el tío Quinn esperando que me pidiera quedarme para explicarle a Madre lo que me había dicho, pero con expresión serena me indicó:
—Hazle caso a tu madre, Bridge. Ya platicamos suficiente —susurró tomando mis manos entre las suyas y me besó en la frente. Entonces sonrió confiado y guiñándome el ojo me despidió señalando hacía el triskelion. Esa fue la última vez que vi al tío Quinn con vida…
Tomé mi mochila y me dirigí al auto. Estaba furiosa y asustada. Seguramente Madre me castigaría, pero eso no me importaba en ese momento: el tío Quinn había confirmado sin duda alguna lo que había ocurrido contigo. Desde luego estaba furiosa con Camila por delatarme y con Madre por la manera en la que había reaccionado, pero ahora que ya sabía la realidad de la situación la pregunta era: ¿Cómo te recuperaría? El triskelion de hierro me dio una idea y definitivamente necesitaba estudiar a fondo los diarios del tío Quinn, pero no sabía si encontraría las respuestas necesarias para traerte de regreso a salvo… Necesitaba convencer a Madre de lo que ocurría. Necesitaba saber que estaba de mi lado… Volví la vista hacía la casa del tío Quinn y la descubrí hablando con Camila. Seguramente le estaría agradeciendo su traición… Madre se despidió y se dirigió al auto. Una vez dentro ajustó su cinturón de seguridad en silencio, encendió el motor y nos alejamos de ahí.
—El tío Quinn no tiene la culpa de nada.
—Estás castigada, ¿me escuchas? No salidas con tus amigas y no televisión ni teléfono por un mes, jovencita. ¿Entendido?
—¿Qué te dijo el tío Quinn?
Madre frenó en seco. Se encontraba totalmente fuera de sus cabales.
—¡Bridget! Escucha muy bien lo que voy a decir, ¿sí? Vas a olvidar todo lo que el tío Quinn dijo allá atrás, ¿entendido? No quiero volver a hablar sobre el tema nunca más ¿está claro?
—¿Por qué?
—¿ESTÁ CLARO?
Sentí un torrente hirviente recorriendo mis venas y quise explotar exigiéndole a Madre que me dijera por qué ella no quería tocar el tema. Intuía que sabía lo mismo que el tío Quinn y que en algún lugar de su mente sabía exactamente lo que había ocurrido contigo. ¿Por qué no quería aceptar la mera posibilidad de que el tío Quinn y yo tuviéramos razón? Busqué en su mirada algún indicio que me dijera que estaría de mi lado al momento de luchar por ti, pero lo único que encontré fue un miedo resignado. Comprendí que en ese momento ella prefería tener una copia imperfecta tuya ante la posibilidad de que el destino del tío Desmond se repitiera al igual que cada niño cambiado en nuestra familia. Entonces supe que aquella sería una batalla que tendría que librar sola.
—Sí, madre. Está claro…
*
Esa tarde David me llevó el manual de Magic Warfare. Pudo engañar a Madre escondiéndolo dentro de un libro de Historia. En su interior encontré una nota que decía: “¡Lo conseguimos! Por favor no lo destruyas ¿Ok?” Le agradecí en silencio desde la ventana de mi habitación. Como parte de mi castigo Madre había decidido llevarme personalmente al colegio durante todo el mes, así que las únicas veces que podía hablar con David sobre mi progreso eran durante el receso para comer. No me atrevía a salir con los diarios del tío Quinn así que siempre me aseguraba de copiar información que consideraba relevante en mis libretas y entre los dos generábamos posibles estrategias para llamar la atención de los Gobbelin. Los diarios contenían cientos de apuntes y recortes que el tío Quinn recopiló en su juventud, pero no hablaban sobre cómo llegar a ellos. El manual de Magic Warfare por otro lado, proporcionaba sendos detalles para enfrentarlos en batallas que incluían elfos, magos y mil criaturas igualmente imposibles.
—Tiene que haber una manera de contactarlos, —mencionó David pensativo.
—Estoy de acuerdo, pero toda la información que tenemos habla sobre cómo lidiar con ellos ya que están presentes. Debemos encontrar la manera para que ellos vengan a nosotros voluntariamente. Sabemos dónde están…
—El lago de tus sueños…
—Exacto. Estoy segura de que no fue un producto de mi imaginación; creo que en realidad los seguí cuando tomaron a Colin y al descubrirme me aplicaron algún truco Jedi mental y me regresaron a mi habitación, pero no tengo idea cómo regresar ahí.
—Tenemos que buscar algo que les interese lo suficiente para que ellos se vean obligados a regresar a la habitación de Colin.
“Algo que les interese lo suficiente para que ellos se vean obligados a regresar”. La frase me golpeó como un puñetazo en la mente. TENÍA conmigo algo que les pertenecía. Tenía al substituto… En ese momento un plan apareció en mi mente. Era algo simple pero que si funcionaba podría enfrentarme a esas criaturas bajo mis propios términos.
—Creo que ya sé cómo lo lograremos…
Mi mayor pasión siempre fueron los libros. En ese entonces no poseía tantos como ahora, pero siempre fueron mi principal obsesión. Así que, fuera de algunas estatuillas de mis personajes preferidos y unas cuantas muñecas viejas que Padre me regaló siendo niña, nunca tuve muchos juguetes y mi plan requería de juguetes. MUCHOS juguetes… Eso implicaba que necesitaría ayuda extra para conseguir lo que necesitaba para mi plan. Elaboré una lista detallada y se la di a David al día siguiente.
—¿Necesitas TODO esto?
—Si ellos responden como espero, tal vez no, pero más vale prevenir…
—um… Definitivamente te puedo ayudar con una parte, pero voy a tener que pedir prestadas algunas cosas…—Confío en tu poder de convencimiento, —sonreí regresándole el manual de Magic Warfare, Primera Edición en perfectas condiciones.
—¡Guau! ¡Benjamín se pondrá feliz! Lleva días preguntándome por él… Esto me debe ahorrar varios años en Sheol.
—Dile que se lo agradezco infinitamente…
—¿Para cuándo necesitas todo esto?
—Nana Fiona por fin convenció a Padre y Madre de tomarse una noche libre para salir a cenar este sábado. Con ellos fuera de casa, esta es mi oportunidad de llevar a cabo mi plan.
—¿Y qué hay de Nana Fiona?
—Aún no he llegado a ese punto… Necesito quedarme sola con el substituto para llamar la atención de los Gobbelin. Tengo de aquí al sábado para pensar en algo.
—Um, okey… Eso nos da tres días… Déjame hablar con Benjamín para ver si me quiere ayudar con algunas de las cosas de tu lista y te aviso, ¿okey?
Para el viernes David había logrado juntar casi la totalidad de los elementos de mi lista. Acordamos encontrarnos en la puerta trasera que daba al cuarto de lavar e ideamos un plan sencillo para ocuparnos de Nana Fiona. Esa noche mientras Madre alimentaba al substituto y Padre veía el inicio de temporada de Full House, David llegó acompañado por su primo Benjamín. Al verlos descubrí con temor un pequeño problema en mi plan: el contenido de mi lista se encontraba repartido en nueve abultadas mochilas y dos cajas de cartón medianas, las cuales debía subir yo sola a mi habitación. Tratando de no hacer ruido logramos esconderlas en lugares estratégicos del cuarto de lavar. Al terminar nos dirigimos de nuevo a la salida para despedirnos.
—Gracias, chicos. No hubiera conseguido nada de eso sin ustedes.
—Um… Suerte —me deseó David tímidamente.
Me acerqué y abrazándolo con todas mis fuerzas le di un beso en la mejilla. No pude evitar sonreír al ver cómo su rostro se derretía bajo el carmesí incontrolable de un beso honesto.
—Nunca voy a olvidar esto. Gracias…
Benjamín comenzó a hacer comentarios impropios y David decidió que era momento de irse. Nos despedimos de nuevo en silencio y cerré la puerta. Antes de acostarme programé la alarma para despertarme a medianoche. No quise arriesgarme a que Madre o Nana Fiona descubriera mi contrabando en el cuarto de lavar así que decidí subirlas a mi habitación y guardarlas en un lugar más seguro. No fue fácil. Las mochilas no solo eran grandes y abultadas sino extremadamente pesadas. Terminé exhausta. En mi último viaje me detuve un momento frente a la habitación de la criatura. Recordé la noche que te tomaron y juré que al día siguiente haría lo que fuera necesario para recuperarte. Me acerqué a la puerta y vi su silueta recortada por la tenue luz del zoótropo. Estaba despierto. El substituto seguía contando en voz baja las perlas del collar de Madre en esa lengua que sólo él podía entender…
*
Desperté adolorida. Las piernas y mi espalda me reclamaron el esfuerzo al bajar las escaleras para ir a desayunar. En la cocina Madre preparaba tostadas francesas y Padre leía el periódico. Nana Fiona llegaría más tarde para hacerse cargo del substituto. La criatura se encontraba sentado en su sillita-comedor contando las perlas del collar de Madre. Padre había intentado mandarlo a arreglar pero el escándalo fue tal que al final decidieron conservar las perlas de fantasía en el biberón. Si todo salía bien, esa sería el último desayuno con ese ser en mi casa. Pasé el resto de la mañana ayudando a Madre en quehaceres de la casa hasta que Nana Fiona arribó a mediodía. Después de la comida me encerré en mi habitación a repasar mis notas donde resumí toda la información de los diarios del tío Quinn y de los manuales de Magic Warfare y organizando lo que David y Benjamín me habían traído en las mochilas. Es increíble la cantidad de cosas que a los chicos les gusta coleccionar…
Alrededor de las seis de la tarde Madre subió a mi habitación para despedirse.
—Nana Fiona va a preparar palomitas de maíz para ver una película en la televisión. Puedes bajar y verla si quieres.
—Um, tengo unos apuntes que revisar para una clase del lunes. En cuanto termine bajo.
—Bien. Aún sigues castigada así que sólo ves la película y te metes a la cama, ¿okey?
Se acercó y me dio un beso de despedida. Noté que había aplicado una cantidad excesiva de perfume para disimular el olor a moho que su ropa había adquirido.
— Te portas bien, ¿sí? Quiero que te portes bien con Nana Fiona y que cuides a Colin, ¿okey?
—Sí, Madre. Así lo haré…
La primera parte del plan era esperar a que Madre y Padre estuvieran fuera por una hora. Exactamente a las siete David tocó a la puerta principal. Como era de esperar Nana Fiona atendió el llamado. Cuidando que no me viera, me levanté y la seguí a una distancia prudente. David se había escondido cerca del arbusto de la entrada, así que al mirar a través de la mirilla de la puerta y no ver a nadie, Nana Fiona la abrió cautelosa. Esa era mi oportunidad: empujé con todas mis fuerzas a Nana Fiona que desprevenida, cayó de bruces sobre el escalón de la entrada. La reacción instintiva de David fue de ayudarle, pero al escuchar mi grito para que se fuera, salió disparado rumbo a su casa. Cerré la puerta mientras Nana Fiona trataba de comprender qué había ocurrido. Coloqué la cadena de seguridad y me dirigí a toda velocidad a la puerta trasera. Me aseguré de que estuviera debidamente cerrada y como medida extra, la atranqué con una silla de la cocina. Hice lo mismo con la puerta del cuarto para lavar y desconecté el control remoto del garaje. Eso debía darme la privacidad que requería. Al regresar a la sala escuché los gritos de Nana Fiona que golpeaba desesperada la puerta. Susurré un “Lo siento” en su dirección y subí las escaleras hacía mi habitación. Era tiempo de enfrentar a tus captores.
El contenido de las mochilas y las cajas que David y Benjamín me habían traído quedaron distribuidas en cubetas, frascos y en varios contenedores de plástico para poder transportarlas de manera más eficiente. Cada una estaba amarrada con una cuerda que tendría a mi alcance en el momento adecuado y las cubrí con camisetas y sudaderas para que el substituto no viera su contenido. Tomé las dos primeras cubetas y me dirigí a tu habitación. La criatura estaba despierta y seguía contando las perlas. Me detuve a la entrada para ver si se percataba de mi presencia, pero como ya era su costumbre, me ignoró. Coloqué las cubetas sobre el buró que se encontraba a un lado de la cuna y cerré las ventanas. En la calle Nana Fiona seguía implorando que la dejara entrar. Continué colocando cubetas y contenedores de plástico sobre repisas y anaqueles cuidando de no exponer su contenido. Al final tomé todas las cuerdas y las uní en uno de los postes de la cuna. Cuando estuve segura de que todo estaba en su lugar, me dirigí a la puerta y la cerré con llave. Entonces quedamos sólo el substituto y yo.
Mi corazón palpitaba enloquecido. Quise convencerme de que era sólo por el ejercicio pero sabía que también era por el miedo inmenso que me provocaba el quedarme sola con la criatura. Hasta ese momento estaba convencida de que mi plan era la única manera de recuperarte, pero en ese instante mi mente se llenó con dudas: ¿Y si Madre tenía razón y en realidad estabas enfermo? ¿Podía realmente confiar en el tío Quinn sabiendo que su salud mental era mortalmente decrépita? Cuando Madre y Padre regresaran de su cena y encontraran a Nana Fiona fuera de la casa ¿qué les diría si mi plan no funcionaba? Mi evidencia consistía literalmente en mi palabra y en la del tío Quinn y en sus diarios. Yo, la hija desobediente que se escapaba de la escuela y el tío Quinn, cuya mente funciona cabalmente tan solo en momentos esporádicos durante el día. Vaya par… Entonces el balbuceo numérico del substituto me sacó de mi estupor y al ver su mirada cansada y ausente supe que era momento de actuar.
Me acerqué a tu cuna y lo observé un segundo. Acariciaba el biberón mientras contaba su contendido en su balbuceo extranjero.
—Ambos sabemos lo que sigue, ¿no es así? —le confié en voz baja.
Me incliné y le arrebaté el biberón. Su reacción fue encolerizada. Para cualquier otra persona sus gritos podrían pasar por berrinche infantil, pero ya a esas alturas alcanzaba a distinguir patrones específicos que me indicaban que sus intenciones no eran corteses. Mantuve el biberón alejado a la altura de mi cabeza esperando que su reacción fuera más allá del mero berrinche, pero al parecer eso no sería suficiente. Entonces abrí el biberón y arrojé las perlas sobre la cuna. La reacción de la criatura fue familiar: sin perder tiempo, se levantó e inmediatamente se puso a recoger las perlas de manera frenética. Repitió el patrón de palabras que representaban números y al terminar de juntarlas todas en sus manos corrió hasta la esquina de la cuna opuesta de donde me encontraba y gritó en mi dirección:
—¡Vaca insolente!
Ahogué un grito llevándome las manos a la boca y retrocedí instintivamente hasta chocar con la pared. Al notar mi respuesta se dejó caer sobre la cuna y continuó de nuevo su balbuceo infantil mientras contaba de nuevo las perlas como si nada hubiera ocurrido.
Aquello no había sido producto de mi imaginación. La criatura había hablado en mi idioma. Me había insultado como reacción a lo que seguramente él había percibido como abuso de mi parte. Retiré las manos temblorosas de mi boca y traté de componerme. Respiré profundo hasta calmarme y decidí continuar con mi plan. De una de las cubetas tomé un par de cuerdas suaves que habían pertenecido a unos pantalones deportivos de Padre y me acerqué de nuevo a la cuna. Pasado el berrinche el comportamiento de la criatura había vuelto a la “normalidad”, así que continuó ignorándome como de costumbre. Comencé a entonar la canción de cuna con la que solía arrullarte esperando que continuara fingiendo su comportamiento infantil y tratando de mantenerme lo más calmada posible. Lo senté apoyando su espalda sobre las barras de la cuna como tantas veces lo había hecho y al asegurarme de que no se movería, comencé a amarrarlo con las cuerdas. Mientras no tocara sus adoradas perlas el substituto ignoró por completo su sumisión.
Una vez que me aseguré de que no podría escapar, extraje de mi cuello el triskelion de hierro del tío Quinn y amarré el collar en mi muñeca para evitar perderla tras lo que pensaba hacer en seguida. Caminé hacía al lado opuesto de la cuna para que me viera de frente y extendí mi mano con el triskelion en su dirección. Al verla su expresión se transformó en una máscara de terror. De nuevo comenzó a gritar y a insultarme, pero ahora todo su cuerpo se contorsionaba violentamente tratando de escapar de sus ataduras. Las cuerdas resistieron. En algún momento tuve que sujetar fuertemente la cuna con mi mano libre pues la violencia de sus movimientos amenazó con volcarla y no deseaba que escapara de mi vista. Acerqué más la mano extendida y cuando estuve a punto de tocar su frente con el triskelion la criatura gritó:
—¡No!
Comenzó a hacer movimientos agónicos con su cabeza y su rostro pasaba de una expresión de dolor a otra.
—Dolor… No…
—¿Dónde está mi hermano?
El substituto volvió a su rutina infantil, balbuceando y tratando de engañarme de nuevo.
—Te juro que si no hablas te voy a meter este pedazo de hierro por la nariz…
Una vez más volvió a sus expresiones agónicas y volvió a insultarme en su lengua.
—¡No! Ya sé que hablas mi idioma. ¡Habla! ¡Dime dónde está mi hermano!
Entonces volvió su vista cansada y recriminatoria y me miró directamente a los ojos.
—El cachorro es nuestro… Yo… ahora aquí…
—No. No lo acepto. Dime dónde está o te juro por lo más sagrado que te voy hacer sufrir como nunca has sufrido en tu larga y hedionda vida.
Mi respiración era acelerada y el frío de la habitación condensaba cada exhalación en pequeñas nubes blancas. Torrentes de lágrimas luchaban inclementes por salir de mis ojos, pero sabía que si me veía titubear sería el fin; todo lo que había hecho hasta ese momento sería en vano. La criatura se daría cuenta de mi miedo y lo aprovecharía en mi contra. Comencé a acercar aún más el triskelion a su frente ante su mirada que se mantuvo impávida en su vejez.
—Te juro por lo que-
—¡Basta!
Una voz primitiva, indomable como el sonido de un volcán me sacudió desde el lado opuesto de la habitación. Sin apartar mi mano extendida volví mi vista hacia su origen. Dentro del espejo de cuerpo completo que Madre había instalado durante su embarazo distinguí la silueta de un ser enorme y robusto cuyos ojos parecían brillar con la intensidad del sol. Frente a él, dentro de la habitación, media docena de Gobbelin inquietos esperaba la orden para atacar. En ese momento descubrí por qué la habitación se había puesto tan fría de repente: el espejo se había convertido en un portal que llevaba hacía el bosque de mi sueño. De alguna manera estos seres habían encontrado la manera de conectar su mundo con tu habitación. Eso es algo que no aparecía en ninguna de las fuentes que había consultado. Al recuperarme de la sorpresa y tras confirmar que los Gobbelin no me atacarían sin una orden, comencé lentamente a rodear la cuna para colocarme detrás del substituto quien había quedado en absoluto silencio. Al colocarme en posición tomé la cuerda de una de las cubetas que se encontraban sobre el buró.
—Tú tomaste a mi hermano.
—No. Ellos… lo… toma…ron…
—Quiero que me lo devuelvas. No te pertenece.
—Él… ahora es… uno… de… ellos…
—No. Ustedes lo robaron. Solo porque se lo llevaron sin permiso a su bosque no lo vuelve uno de ustedes. Quiero que me lo regresen.
—¿Sabes… lo que…una de… estas… bestias… te pue…de… ha…cer… si… así… lo… orde…no?
—¿Sabes lo que yo puedo hacer si no me regresas a mi hermano?
Jalé la cuerda conectada a la cubeta y al voltearse su contenido cayó estrepitosamente al piso. Cientos de piezas de Lego se esparcieron desordenadamente por media habitación. Al ver la pedacería multicolor los Gobbelin rompieron filas e ignorando cualquier protocolo previo se abalanzaron sin control sobre las piezas contándolas en su lengua extraña. El substituto al percatarse de la escena volvió a contorsionarse intentando frustradamente participar en el festín. El ser los observó en silencio.
—Esto… no… cam…bia… nada… Su… es…pecie… tiene… tiempo… —Mencionó el ser al fin.
—¿Oh sí? No parecen ser muy pacientes…
Jalé la segunda cuerda y otro cargamento de Legos fueron a parar al piso ante la desorbitada ansiedad de los Gobbelin. Con semejante abundancia, la mitad de los Gobbelin comenzó a atacar a la otra mitad. El caos era palpable y de repente la violencia se incrementó en intensidad. Del otro lado del espejo escuché pasos desesperados y voces cada vez más agitadas. No tenía idea de cuántos Gobbelin más había del otro lado, pero ese no era momento de dar mi brazo a torcer. Tomé entonces el nudo con las demás cuerdas amarradas en el poste de la cuna y cuando me disponía a jalar de una tercera el ser ordenó algo en su lengua nativa con una fuerza y autoridad aun mayor que la inicial. Los Gobbelin se detuvieron en seco, pero podía ver que el control del ser se volvía cada vez más precario. Él sabía lo que ocurriría si derribaba una tercera cubeta. Con sus ojos de fuego siguió cada una de las líneas que llevaban a una cubeta y contenedor diferente y entendió mi estrategia.
—Ustedes tienen tiempo, pero yo tengo mi vida y mis fuerzas y te doy mi palabra de que no me detendré hasta recuperar a mi hermano…
—Basta… Esto… ha… llega…do… muy… le…jos… No… permi…ti…ré… más… jue…gos… El… cacho…rro… no… lo vale…
Emitió otra orden en su lengua y soltando las piezas de Lego los Gobbelin regresaron al bosque. Uno de ellos se encontraba extremadamente indeciso entre seguir sus órdenes o tomar las piezas restantes para sí. Dos de ellos regresaron del otro lado y violentamente le obligaron a dejar las piezas y arrastrándolo desaparecieron en la neblina del bosque. Mis manos temblaban casi sin control y el corazón amenazaba con explotar. A pesar del frío podía sentir cómo el sudor se condensaba en grandes gotas sobre mi rostro.
—Yo sólo quiero a mi hermano de regreso. Esta copia que dejaron en su lugar no nos pertenece. No es nuestra sangre…
El ser se movió por primera vez y con pasos que retumbaron las paredes se acercó hasta la cuna. Gracias a la luz del zoótropo pude verlo en su totalidad: su cuerpo estaba totalmente cubierto por musgo, corteza de árbol y ramas. Alcancé a distinguir rasgos que me recordaban al rostro de un anciano, pero con una experiencia y autoridad que nunca había visto antes. Sus manos eran ramas gruesas cubiertas con agujas de pino y hojas amarillas a punto de caer. Señaló al substituto y ordenó:
—Dé…jalo ir…
—¿Y mi hermano?
—Es… tu…yo…
—¿Cómo sé que no me engañas? ¿Cómo sé que lo traerás de vuelta?
—No… lo trae…ré yo… Tú… irás… por él…
*
Mentiría si te digo que recuerdo cuánto tiempo caminamos por el mismo sendero del bosque de mi sueño. Reconocía el camino cubierto por la neblina e iluminado por una luna inexistente, pero ignoraba cuánto tiempo llevaba ahí o cuánto tiempo faltaba para llegar. Los Gobbelin habían desaparecido, pero escuchaba sus susurros frenéticos detrás de los árboles. Frente a mí, el ser me guiaba lentamente en silencio. En mi mano aun traía enredado el collar con el triskelion de hierro y como condición para adentrarme al bosque exigí llevar conmigo un contenedor de plástico con Legos. Ignoraba qué tan efectivos serían en caso de que el resto de los Gobbelin decidían atacar, pero me sentía más segura con la pedacería en mis manos. Al llegar a la orilla empedrada del lago el ser se detuvo.
—El… ca..cho… rro… está… ahí…
Señaló hacia el islote al centro del lago.
—¿Cómo voy a cruzar?
El ser se volteó y en silencio fijó su vista en mi dirección. Por un momento no pasó nada. No sabía qué hacer; no podía ver si el ser estaba dormido o si esperaba que yo hiciera algo. Entonces a mis espaldas escuché el sonido de cascos galopeando lentamente sobre las rocas. De entre la niebla apareció un caballo blanco montado por una mujer vestida con una capa que cubría su rostro. Me volví de nuevo hacia el ser:
—¿Ella me llevará?
Silencio. Suspiré resignada y me acerqué cautelosa al caballo.
—Hola…
Extendí lentamente mi mano libre para tocar su cara como me había enseñado Nana Fiona en su casa de campo. Al ver que había aceptado mi gesto, acaricié efusiva su testuz. Su pelaje era suave y su crin caía como seda sobre su cara y cuello. La mujer vestía una capa azul ultramarino con decorados en oro y su rostro se ocultaba bajo una capucha. Sus piernas estaban desnudas y sobre su pecho su cabello dorado resplandeciente caía casi hasta su cintura. Al ver mi incertidumbre sobre cómo montar extendió su brazo y sin esfuerzo me sentó frente a ella. Entonces murmuró algo en su lengua y el caballo se dirigió hacía el lago. Originalmente pensé que cabalgaríamos hasta algún puente cercano, pero al ver que nos dirigíamos hacia el agua un miedo primario me inundó. Instintivamente me aferré de su crin y mi cuerpo se tensó.
—No…
—No tengas miedo, Niña mía —susurró en mi idioma. Su acento era muy marcado y ajeno, pero pude le entender sin mayor dificultad.
Al llegar a la orilla el caballo siguió su camino sin hundirse. Bajos sus cascos, el agua seguía imperturbable, firme como el concreto.
—¡Estamos caminando sobre el agua!
—Aonbarr Mhanannáin ha galopado desde el Mar Occidental de tu mundo hasta las orillas de los mares de Tír inna n-Óc.
—¿Ese es el nombre de este lugar?
—Los Hombres en tu mundo lo conocen como la Tierra de la Juventud.
—Tierra de la… Um, yo soy Bridget. ¿Cuál es tu nombre?
—Niamh.
—Niamh, ¿a dónde vamos?
—El Tejo me pidió que te llevara a la isla de los Púca. Ellos tienen algo que te pertenece.
—¡Mi hermano! ¡Esas criaturas lo tomaron y dejaron a uno de ellos en su lugar!
—Es la naturaleza del Púca cambiar su forma, pero no son ellos los que tomaron a tu hermano.
—¿Entonces quienes?
—Eso es algo que tendrás que discutir con los Púca, Niña mía.
Eso era algo que no esperaba. Hasta ese momento todo lo que había ocurrido esa noche fue tan rápido que no había tenido tiempo de procesar toda la información. Apenas esa mañana me había encontrado llenando recipientes con piezas de Lego para enfrentarme con unos seres salidos de un juego de mesa y ahora me encontraba caminando en agua sobre un caballo mágico. Todo ese tiempo me había preparado para enfrentarme con los Gobbelin pero ahora había en escena más criaturas que desconocía y todo indicaba que aun encontraría más. El viaje fue rápido y llegamos al islote antes de poder hacerle más preguntas a mi guía. En la orilla se encontraba un ser con una antorcha esperando. Niamh me ayudó a desmontar y se despidió:
—Sigue el sendero, pero no te desvíes de él. Los duendes aún siguen molestos contigo. Si decides quedarte, no olvides visitarme; Aonbarr ha disfrutado viajar contigo…
—Gracias, Niamh. ¡Gracias, Aonbarr! ¡Yo también disfruté mucho viajar contigo!
El caballo relinchó en respuesta y regresó por donde llegamos. Volví la vista hacía el ser que me esperaba y me sorprendí al descubrir que era un hombre común y corriente. Era bajo de estatura y aproximadamente de la edad del tío Quinn pero aún tenía su cabellera completa. Su ropa era vieja y roída, pero la portaba correctamente y con orgullo. Al verme sonrió y con un gesto amable me indicó que lo acompañara.
—¿Eres humano?
—¡Ja! Hace siglos que nadie me acusa de serlo, pero debo responder con honestidad: No. Asumí esta forma para hacerte sentir bienvenida.
—¡Oh! Gracias…
—Veo que tuviste el honor de viajar con su Majestad; debo decir que pocos son tan afortunados estos días…
—¿Majestad?
—¡La reina Niamh Chinn Óir, por supuesto!
—¡Nunca mencionó que fuera reina!
—Bueno, los días de gloria y esplendor de la tierra se terminaron siglos atrás, pero entre nosotros aun la consideramos nuestra Señora. ¡La hija del mismísimo Manannán mac Lir, ni más ni menos!
¡Tantos nombres nuevos! ¡Tantas experiencias que nunca imaginé! Por un breve instante olvidé la razón de mi visita y me reprendí por no traer una libreta para apuntarlo todo…
—Si Niamh es una reina, ¿por qué me trajo personalmente hasta aquí? ¿No tiene sirvientes que lo hagan por ella?
—Como mencioné, los días de sirvientes y excesos terminaron ya, sin embargo ¿puedo confiarte con una indiscreción? Creo saber la razón por la que ella mismo vino por ti: creo que aún tiene la esperanza de que su amante humano regrese de tu tierra…
—¿Tuvo un amante humano?
—¡Así es! ¡Los trovadores aun cantan de ello! Verás: un día la reina cruzó el Mar Occidental montando al poderoso Aonbarr y al llegar a la tierra de Éire se encontró con el hijo de Fionn mac Cumhaill, el poeta Oisín. ¡Al verlo no pudo más que sucumbir ante la pasión que su corazón había engendrado! Así que la reina lo invitó a Tír inna n-Óc para que viviera con ella. Por tres gloriosos años vivieron enamorados (en los tiempos en los que Tír inna n-Óc vivía, de hecho, su época de gloria y esplendor). Pero el joven Oisín experimentaba en su alma esa enfermedad que aqueja a los hombres al atravesar las aguas inquietas del pasado: Nostalgia. Así que el poeta le pidió a su amada reina que le concediera la oportunidad de volver a su tierra con la genuina intención de recordar con amigos y familiares las aventuras que entre ellos habían compartido. La reina Niamh Chinn Óir aceptó, pero le advirtió que no tocara con sus pies la tierra de Éire. Montando al brioso Aonbarr, Oisín llegó a su tierra extrañada solo para descubrir que habían pasado ¡300 de sus años! De su padre y de los Fianna solo leyendas quedaban ya. Víctima aun de la nostalgia, comenzó entonces el joven Oisín un viaje por Éire buscando algo en ella que le permitiera recordar su pasado ahí. En una colina encontró a unos ancianos que intentaban remover una roca de sus siembras. Al ver al joven viajero los hombres solicitaron de su ayuda. Oisín aceptó sin dudar, pero al inclinarse desde su montadura para mover la roca, perdió el equilibrio y cayó al suelo de la tierra que lo vio nacer. En un instante que seguramente le habrá parecido eterno, todos sus años terrenales regresaron a su cuerpo ahora marchito y decrépito. El otrora joven poeta murió lejos de nuestra majestad, la reina Niamh Chinn Óir que aún lo espera a la entrada del Mar Occidental montada en su fiel Aonbarr Mhanannáin. Tal vez cuando el Tejo le habló para pedirle que guiara a un ser humano en su tierra, pensó que sería su joven y adorado amante…
—Guau… Eso sí es trágico…
—Las cosas no han sido igual desde entonces… ¡Hemos llegado!
Nos detuvimos al límite de una pequeña villa en medio del islote. Una enorme hoguera iluminaba gran parte del lugar.
—¿Aquí se encuentra mi hermano?
—Aquí encontrarás respuestas, Bella Doncella. De ellas dependerá si encuentras a tu hermano o no.
El hombre se inclinó reverencialmente indicándome con un gesto que me dirigiera a una de las casas al fondo de la plazuela.
—Te deseo la mejor de las suertes en tu búsqueda. Ha sido un verdadero placer conversar con alguien que piensa en algo más que contar triques.
Sin esperar una respuesta sonrió y dio la media vuelta. Al alejarse noté que de su trasero sobresalía una cola negra de caballo que se agitaba al ritmo de su andar. Caí entonces en cuenta que nunca pregunté su nombre…
Me dirigí lentamente hacía la casa que el ser me había indicado. La villa parecía estar vacía, pero más allá de los pinos escuchaba el murmullo excitado de los Gobbelin. La plazuela central estaba empedrada y la hoguera era la única fuente de luz. Las casas que la rodeaban eran diminutas, con paredes de piedras negras y cubiertas con hiedra y musgo. Sobre algunos de los pinos había otras construcciones de madera; solamente un par de ellas estaban iluminadas de manera independiente. No me cupo la menor duda de que ese lugar era inmensamente viejo. Al llegar a la casa toqué la diminuta puerta. Una voz áspera, tan vieja como la villa me indicó que entrara. Me encontré dentro de una sala apenas decorada. Una chimenea proporcionaba calor y luz. Había tres sillones individuales cubiertos con pieles. A cada lado de la hoguera dos hombres pequeños me esperaban sentados. El que me indicó entrar señaló el tercer sillón y en silencio lo ocupé. Ambos lucían como hombres de edad madura y vestían ropas elegantes, pero igualmente viejas. Uno de ellos no calzaba zapatos porque en vez de pies tenía patas de chivo y el otro ocultaba cómicamente sus orejas de conejo bajo un sombrero de copa.
—Escuchamos que has causado un buen zafarrancho entre las filas de los duendes.
—Ellos se robaron a mi hermano.
—Lo sabemos y entendemos tu situación. Los duendes nos han pedido al Tejo y a nosotros mediar contigo para explorar nuestras opciones con respecto al cachorro humano.
—La única opción es que me lo entreguen en este momento. Sin condiciones.
El hombre con el sombrero de copa no pudo evitar una risilla arrogante.
—La reina nos ha indicado que te tratemos con la cortesía que se merece un dignatario —aclaró el patas de chivo
—¡Puf! Siempre tuvo una obscena debilidad por tu raza —interrumpió burlón el hombre del sombrero de copa.
—Tal vez entiende lo que es amar con pasión al ser que sientes como parte de tu misma humanidad —respondí sin poder ocultar mi enojo.
El hombre con el sombrero de copa borró su sonrisa y se inclinó para observarme mejor.
—¿Sabes quiénes somos?
—Niamh les llamó Púca.
—Ese es uno de nuestros nombres, sí. ¿Sabes lo qué hacemos?
—Sé que pueden cambiar de apariencia.
—Así es. Cuando el enlace entre Tír inna n-Óc y tu mundo era más fluido y los hombres aun creían en nosotros, nos divertíamos jugándoles bromas y algunos hasta servimos en sus casas. Gradualmente los hombres construyeron máquinas y emigraron a lugares sucios cubiertos por el humo de sus chimeneas y el ruido de sus bestias mecánicas. Nuestros juegos y nuestros servicios se fueron olvidando hasta que el enlace entre tu mundo y el nuestro se cerró por completo y los hombres dejaron de hablar de nosotros; dejaron de creer en nosotros. Los… Púca… somos adaptables… Hemos sabido aprovechar la situación y hemos encontrado una función que antes no aprovechábamos. Los duendes por otro lado… Bueno, ya los has tratado: son criaturas con un limitado set de intereses y con los años sus mentes se han vuelto cada vez más… simples… Verás, antes se contaban por millones. Cruzaban libremente de este mundo al tuyo y hacían lo que querían. Pero cuando los hombres dejaron de creer en ellos comenzaron a morir. Todos en esta tierra somos viejos y todos eventualmente vamos a morir; algunos como la familia de tu amiga la reina se remontan a tiempos anteriores al Diluvio y nos sobrevivirán hasta el Diluvio siguiente. Así que, aunque algunos sabemos vivir nuestras vidas, a los duendes el tiempo les ha negado los medios para continuar su estirpe. Por eso idearon traer cachorros de hombres para que vivieran y trabajaran con ellos intercambiándolos por los miembros más ancianos para que estando en tu mundo fueran bien atendidos y vivieran en paz sus últimos años de vida. En un principio dejaban troncos en el lugar de los cachorros o crudas copias que delataban su naturaleza al meterlos a un horno o cuando los engañaban con trucos baratos. Eventualmente a uno de ellos se le ocurrió la idea de perfeccionar a los substitutos y entonces recurrieron a nosotros: con nuestros poderes las copias eran perfectas y cuando el enlace entre nuestros mundos es el adecuado, ellos llevan a cabo el intercambio. Por siglos su estratagema funcionó a la perfección.
—Hasta hoy…
—Hasta hoy.
Mi mirada se encontraba vidriosa por las lágrimas que intentaban escapar. No daba crédito a lo que había escuchado. ¡La arrogancia de estos seres! ¿Cuántas familias rotas? ¿Cuántos futuros destruidos para fomentar la ilusión nostálgica de aquellos seres muertos en vida? ¿Cuántos Desmonds, cuántos Colins? Y todo para ganar unos cuantos años patéticos viviendo como infantes desvalidos…
—Seguramente se sienten muy orgullosos de tu trabajo ¿no es así?
—Esa palabra perdió todo significado cuando los hombres nos olvidaron. Lo único que hacemos es cumplir nuestra función. Sobrevivimos como todos los demás.
—¿Oh sí? Pues quiero que sepan que esas “copias perfectas” que creen hacer, no son más que trucos baratos que solo causan daño a gente inocente. ¿Creen que nadie se da cuenta de sus substitutos defectuosos? ¿Creen que no reconocemos en su mirada lo viejos e inútiles que son? ¿Realmente creen que podemos vivir con ese hueco en el estómago sabiendo que estas criaturas no son los seres curiosos y hermosos que nuestras madres han traído a este mundo con el amor que ustedes nunca podrán experimentar? ¡Ustedes ya tuvieron su oportunidad! ¡No tienen ningún derecho a robarnos NUESTRO futuro solo para ganar unos cuantos años más de su miserable existencia! Además: ¿creen que soy la única que conoce su operación? ¿Creen que nadie va a venir por mí cuando noten mi ausencia?
El Púca compuso su postura desafiante y me observó con el último resto de dignidad que pudo albergar.
—Ustedes son muchos; nosotros somos pocos y pronto moriremos —respondió el pata de chivo con expresión suplicante—. ¿Qué les cuesta unos cuantos cachorros entre los millones que nacen cada instante?
—Esos “cachorros”; esas personitas que ustedes dan por sentado son lo más especial en el universo y no tienen precio que ustedes ni nadie puedan pagar y les juro que si no me devuelven a mí cachorro, me encargaré de destruirlos a todos y cada uno de ustedes así sea lo último que haga en mi vida.
Sin esperar respuesta, me levanté y con un movimiento súbito sujeté al Púca del sombrero de copa y coloqué el triskelion de hierro del tío Quinn a un par de centímetros de su rostro.
—Ya me encargué de crear “un buen zafarrancho” en las filas de los Gobbelin; los reto a que me provoquen para que vean qué soy capaz de hacer con ustedes…
El Púca fijo su vista en el triskelion angustiado y comenzó a sudar copiosamente. Entonces, sin apartar la mirada gritó una orden en su lengua. El Púca patas de chivo salió de prisa de la casa y se perdió en la noche. Por un momento que me pareció eterno los dos nos mantuvimos en silencio mientras esperábamos alguna reacción por parte de su subordinado. Entonces el pata de chivo entró a la casa cargando un bulto envuelto en telas roídas y sucias.
—El cachorro. Tómalo y vete. —ordenó el Púca de sombrero de copa.
—Acércate —ordené—. Descúbrelo.
Con manos temblorosas, apartó la tela que te cubría y por primera vez en meses pude ver tu rostro hermoso que tan bien conocía. Con el corazón a punto de explotar en mi pecho me acerqué al ser que te tenía en su poder y con cuidado te coloqué al fin en mis brazos. Te acerqué a mí y te besé en tu cachete regordete. Por un instante el terror me envolvió al oler el hedor a moho que te impregnaba, pero inmediatamente descubrí que era la ropa que traías.
—¿Colin? Corazón, soy yo, Bridge…
Entonces abriste tus ojos y te reconocí sin la menor duda. ¡Eran tus ojos hermosos que tan bien conocía!
—¡Mi amor! ¡Oh, Colin! ¡Te he extrañado tanto!
Te abracé y te besé por lo que me parecieron horas hasta que el Púca me interrumpió con su voz gruesa:
—Ya tienes lo que buscabas. Toma a tu cachorro y sal de nuestra tierra.
—Necesito transporte para llegar a tierra firme.
—Mullow te espera en la orilla; él te llevará.
Tomé una de las pieles que cubría el sillón que ocupé e improvisé una cargadora para transportarte. Al terminar tomé el contenedor con las piezas de Lego y me dirigí hacía la salida de la casa. Al llegar al umbral de la puerta el Púca de sombrero de copa señaló:
—Es nuestro deber advertirte que no te desvíes del sendero por el que llegaste. Los duendes no te harán nada mientras sigas el camino. —Entonces de una manera amenazadora agregó—: Sería nuestro placer si te desviaras de tu camino…
Salí de la casa y me dirigí al sendero que me llevaría a la orilla. Caminé lo más rápido posible, pero al llegar a los límites de la villa recordé que no traía antorcha para guiarme en la oscuridad. La luz ambiental me permitía ver apenas un metro frente a mí, pero con mi prisa corría el riesgo de desviarme de mi camino. Los Gobbelin se escuchaban cerca pero no los podía ver. Seguí caminando, esperando no cometer un error que nos costara la vida. Había llegado tan lejos… Para calmarme un poco comencé a entonar la canción de cuna con la que Madre te dormía. Seguí caminando lo más rápidamente que pude y arrullándote hasta que de repente, un caballo negro con ojos amarillos que brillaban en la oscuridad apareció a la orilla del islote.
—¡Buenas noche otra vez, Bella Doncella! —Entonó el caballo.
Reconocí de inmediato su voz: ¡era el Púca que me guio hasta la villa!
—¿Mullow?
—¡Ese soy yo! Veo que has recuperado a tu hermano…
—Mullow, necesitamos llegar a tierra firme, ¿puedes ayudarnos?
—¡Desde luego! ¡Los caballos nadamos a la perfección! ¡Sube!
Sin la ayuda de Niamh y con Colin en mis brazos montar a Mullow fue uno de los actos más difíciles de mi vida. Sin embargo, una vez arriba no perdimos tiempo y nos dirigimos al agua. A diferencia de Aonbarr, Mullow parecía ser un caballo “normal” que al ingresar al agua se hundió hasta el cuello, pero inmediatamente comenzó a nadar hacia la orilla opuesta. El agua estaba congelada y comenzaste a llorar con el chapotear del Púca y el agua que nos salpicaba. Durante todo el caminó intenté en vano calmarte. Sabía que todo volvería a la normalidad en cuanto te acostara una vez más en tu cuna, pero en ese momento mi cruda realidad se enfocaba en la frustración de verte sufrir.
—Shh, mi Vida. Ya no falta mucho, ¿okey? Pronto estaremos en casa y todo volverá a ser como era antes ¿sí? No te preocupes, todo va a salir bien…
—Me preguntaba: esa canción que cantabas hace un momento, ¿es una composición tuya?
—¿Qué? ¡Oh, no! Es una canción de cuna que me cantaba Madre cuando era bebé. Es una canción de su tierra.
—Dime, ¿te importaría cantarla de nuevo? ¡Es una bella canción!
En medio del lago, cabalgando un caballo que podía cambiar de forma a voluntad, escapando de seres mitológicos en una tierra de fantasía y con un niño robado de su cuna por duendes que me odiaban, la petición de Mullow fue lo menos descabellado que había escuchado toda la noche. Comencé a cantar con voz tímida pero conforme nos acercábamos a la orilla me sentí cada vez más segura. Al llegar a tierra firme Mullow tarareaba feliz al ritmo de la canción.
Por fin llegamos y desmonté al Púca.
—Hasta aquí llego, Bella Doncella. Debo regresar a la villa.
—¡Muchas gracias, Mullow! ¡Nunca olvidaré lo que has hecho por nosotros!
Me acerqué y le di un beso en la testuz.
—Espero que no nos juzgues a todos por igual por la acción de unos. No todos pensamos de la misma manera.
—No los juzgo, Mullow. Sé que las cosas funcionan de manera diferente aquí. Me hubiera gustado mucho conocerlos antes de que nuestros mundos se separaran. Estoy segura de que fue un lugar mágico.
—¡Los tiempos de gloria y esplendor, así es!
—Adiós, Mullow.
—¡Adiós, Bella Doncella! ¡Espero que tengan una vida extraordinaria!
Volví la vista hacía tu rostro inquieto y por primera vez en meses supe que así sería. Acaricié por última vez el pelaje negro y desaliñado de Mullow y di la media vuelta para seguir nuestro camino.
Una vez más avivé la marcha. Una vez más me encontré en la vereda con la escasa luz ambiental pero ahora la neblina dificultaba aún más mi andar. Entonces comencé a escuchar de nuevo el murmullo inquieto de los Gobbelin. La ansiedad volvió a apoderarse una vez más de mí y tú comenzaste a llorar de nuevo. No sabía cuánto faltaba para llegar al portal. De hecho, no sabía qué pasaría al llegar al portal: ¿Cómo sabría que había llegado? ¿Seguiría abierto? Mi mente estaba en blanco al tratar de recordar cómo había cruzado de tu habitación a este mundo. ¿Necesitaría alguna llave especial para abrirlo?
Una raíz de árbol se enredó en mi pie y caímos estrepitosamente al suelo húmedo. Mi primera reacción fue revisar que estuvieras bien. Seguías llorando, pero al parecer no habías sufrido daño alguno; las pieles de la cargadora habían amortiguado la caída. Entonces escuché los gritos violentos de los Gobbelin a un lado del sendero. El contenedor de plástico donde traía las piezas de Lego se había destapado al caer y había piezas tiradas por doquier. Algunas habían caído fuera del camino y eran la razón por la que las criaturas se habían excitado. No podía perder más piezas ni tiempo. Recogí todas las piezas que pude y las regresé al contenedor, pero no encontré la tapadera. Decidí olvidarla y me levanté. Un dolor punzante me recorrió la pierna con la que había tropezado. Seguí mi camino cojeando. Esto provocó que con cada salto para impulsarme que daba, piezas de Lego salieran del contenedor ante los gritos desquiciados de los Gobbelin que se veían imposibilitados de violar la santidad del sendero. Así seguí por lo que me parecieron horas, hasta que de repente el sendero desapareció a mis pies. A una distancia no mayor a diez metros la luz tenue del zoótropo que iluminaba tu habitación era recortada por la silueta del espejo de cuerpo entero que Madre había instalado durante su embarazo. Entre nosotros y el portal, docenas de Gobbelin esperaban a que diera un paso fuera del sendero.
—No…
¡No era justo! ¡No tan cerca! ¡Había llegado TAN cerca!
Volteé a verte. Te habías calmado de nuevo. Vi tus cachetes regordetes que me volvían loca cada vez que los besaba; tu mechón de cabello rojo como el ocaso y tus labios generosos al momento de sonreír. Pero sobre todo vi tus ojos. Tus ojos con mirada curiosa e inocente. Tus ojos con los que aprenderías a leer El Señor de Los Anillos y El Ojo del Mundo. Tus ojos vivos y llenos de posibilidades que podían cerrarse en un instante y para siempre si te fallaba en ese momento. Me acerqué y te besé por última vez.
—Te amo tanto…
Tomé el contenedor con las piezas de Lego y lo arrojé lo más lejos del portal posible. Los Gobbelin salieron disparados en una manada amorfa en medio de gritos e insultos frenéticos. Cuando el espacio entre nosotros y el espejo se despejó comencé mi carrera. Mi pierna explotaba con cada paso que di debido al terreno irregular. La silueta del espejo se acercó cada vez más y por primera vez desde que salimos de la villa de los Púca sentí sin ambigüedad que lo lograría. Nos encontrábamos a centímetros de tu habitación y no había nada que pudiera detenernos. Entonces de la oscuridad un par de Gobbelin hicieron su aparición y se lanzaron vertiginosamente a nosotros. Seguí con mi carrera coja tratando de eliminar la distancia entre nosotros y el portal y cuando sentí que era el momento adecuado brinqué con todas mis fuerzas hacia el espejo pero uno de los Gobbelin me sujetó del cabello y comenzó a avanzar hacía mi rostro y el portal apareció de repente y vi que parecía estar cubierto por un cristal grueso que seguramente impediría nuestro paso y entonces cerré los ojos y de mi boca escapó un grito eterno que terminó por destruir la realidad que nos envolvía…
Por un momento todo fue oscuridad y dolor. Escuchaba gritos distantes y golpes amortiguados en mi cabeza y el olor a tierra húmeda lo cubría todo. Por un momento deseé quedarme así por miedo de que al abrir mis ojos me descubriera de vuelta en la villa de los Púca o a manos de los Gobbelin pero el dolor en mis costillas se había vuelto intolerable. Abrí los ojos lentamente. Me encontraba tumbada sobre mi costado derecho en posición fetal y cubierta por lodo, agujas de pino y musgo. En mis brazos, te movías incómodo, pero no llorabas. Entonces con tu mano regordeta acariciaste mi mejilla y sonreíste al fin. Intenté incorporarme, pero una pieza de Lego se encajó en mi mano. En ese momento caí en cuenta que el dolor en mis costillas era provocado por las piezas que había vertido sobre el piso de tu habitación.
—¡Lo logramos! —exclamé compartiendo tu sonrisa. ¡Por fin estábamos de vuelta!
En eso un golpe violento en la puerta nos regresó a la realidad y escuché a Padre gritar desenfrenadamente mi nombre. Intenté de nuevo ponerme de pie, pero en ese preciso instante la puerta cedió ante un nuevo embiste de Padre que cayó de frente al piso.
—¡Bridget! ¡Por todos los santos! ¿Qué has hecho? —Gritó Madre encolerizada.
Corrió hasta tu cuna y al comprobar que no estabas en ella, volvió su furia en mi dirección una vez más.
—¿Qué hiciste? ¿Dónde está Colin?
La habitación explotó en caos. Padre se dolía por el golpe al derribar la puerta preguntando por Colin, mientras que Nana Fiona se persignaba compasivamente mientras clamaba a todos los santos habidos y por haber. Tenía cortada la frente, seguramente por el golpe que se llevó al empujarla al sacarla de la casa. Madre se acercó gritando hasta donde me encontraba aun sentada dispuesta a sacarme la verdad por cualquier medio necesario, pero al llegar descubrió a Colin en mis brazos y su expresión se volvió de júbilo histérico.
—¡Mi niño!
Tras forcejear con la cargadora improvisada de pieles te tomó entre sus brazos y comenzó a abrazarte y a besarte mientras continuaba con su letanía de recriminaciones.
—¿En qué estabas pensando? ¿Qué le has hecho a tu hermano? ¡Ni creas que esto se va a quedar así, jovencita!
Entonces se incorporó y se retiró en dirección de la puerta donde ahora Nana Fiona agradecía a Dios por encontrarte a salvo y poniendo distancia entre nosotros como si te quisiera proteger del peor de los monstruos. Padre se acercó sobándose el brazo y continuó con el interrogatorio, pero lo ignoré. De repente en mi mente todo quedó en silencio y mi atención se centró en ti. No me importaba lo que me dijeran ni que me castigaran con otro mes sin salir. Aun si no me creían lo que había pasado yo sabía que te había rescatado de esas criaturas sobrenaturales que te habían robado. Sólo tú y yo sabíamos lo que habíamos tenido que librar y en ese momento era todo lo que me importaba. Entonces en ese preciso instante volteaste hacia mí y sonreíste una vez más. Compartí tu sonrisa y supe por fin que todo iba a estar bien…
*
Era casi media noche cuando por fin me metí a la cama. Después del interrogatorio me tuve que bañar debido a mi estado deplorable y a la condición de mi ropa. Al salir de la ducha descubrí varias cortadas en mi cuello y en mis brazos que definitivamente no habían sido ocasionadas por las piezas de Lego. En mi pierna y en mi costado ostentaba enormes moretones que me durarían por semanas. Por un momento extrañé el triskelion de hierro del tío Quinn en mi cuello, pero antes de salir de tu habitación me había asegurado de ocultarla en tu cuna. Estaba segura de que ya no la necesitarías, pero me sentí más tranquila sabiendo que la tenías cerca. Madre mandó llamar al doctor para que revisara a Colin y éste se mostró sorprendido por el estado risueño e inquieto de quien días antes era una bola apática de carne. Solicitó que lo llevaran al día siguiente para practicarle más estudios, pero yo ya sabía los resultados que arrojarían. A partir de esa noche todos tus estudios serían perfectos y tu “recuperación” se convirtió en objeto de pláticas y especulación en la familia por el resto de nuestras vidas. Desde luego Madre me advirtió que al día siguiente me encargaría de limpiar tu habitación y debía sacar las cubetas y contenedores llenos con piezas de Lego, canicas, soldados de plástico y dados para juegos de rol. Estaba segura de que Benjamín no me perdonaría por perder algunas de sus piezas, pero esa era la última de mis preocupaciones en ese momento.
—¿Estás despierta?
—Sí.
Madre se acercó lentamente y se sentó a la orilla de la cama. Se veía nerviosa. Pasó un largo rato tratando de formular las palabras que quería decir, pero cada vez que parecía que comenzaría a hablar se detenía confundida. Por fin dio un suspiro profundo y dijo:
—Colin está bien.
—Lo sé.
—No… ¡Sí! Digo… Quiero decir que… realmente está bien. Ha comido como desesperado y se la ha pasado riendo y estuvo jugueteando con Padre y… Cuando lo acosté en su cuna me tomó de la mano como lo hacía cuando llegó del hospital y sus ojitos… sus ojitos son los mismos que antes de que el doctor nos dijera que…
Se llevó las manos a la boca y rompió en un llanto silencioso que pretendía demostrar fortaleza. Me senté y la abracé.
—Madre: Colin está bien…
—¡Oh, Bridget!
Entonces me abrazó y yo la abracé con todas mis fuerzas y lloramos en silencio.
Antes de retirarse a dormir me prometió que luego hablaríamos y aunque aún tenía que hablar con Padre, ya no seguía castigada. Las dos sonreímos cómplices y cerró la puerta y me quedé sola una vez más. Entonces tuve una idea. Me levanté y me dirigí al clóset de donde extraje el diario del tío Quinn. A pesar de sentirme muerta de cansancio, mi mente se negaba a descansar y sentía la necesidad imperante de registrar todo cuanto pudiera recordar para que tú y el tío Quinn supieran con detalle lo ocurrido esa noche. Llegué hasta la última página usada y comencé a escribir: “Colin Cleary: cambiado el jueves 20 de marzo de 1990. Recuperado el sábado 22 de septiembre, 1990. La noche de su desaparición dormía en mi habitación cuando escuché un ruido que provenía del pasillo. Por un momento pensé que era Padre podando el pasto, pero descubrí que aún era de noche. Entonces me levanté y decidí investigar…”