“En esta visión quiso el Señor le viese así: no era grande, sino pequeño, hermoso mucho, el rostro tan encendido que parecía de los ángeles muy subidos que parecen todos se abrasan. Deben ser los que llaman querubines, que los nombres no me los dicen (…) Veíale en las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas.”
            —Teresa de Ávila / Libro de la Vida. Capítulo XXIX

Al entrar al departamento Tenoch encontró a Ramona encabronada, viendo una película con el sonido en mute. La saludó con un patético “Hey” que ella ignoró. Tenoch consideró la posibilidad de encerrarse en la recámara y jugar Call of Duty antes de dormir, pero al recordar el tufo a incienso de copal que ella se había obsesionado en usar recientemente, desistió e intentó minimizar la situación.
— Nos traen en chinga con el nuevo cliente; Se nos hizo bien tarde.
Ramona apagó la televisión y sin decir palabra se retiró al cuarto asestando un portazo que retumbó por todo el edificio. Un par de perros comenzaron a ladrar y Tenoch se quedó solo, marinándose en su coraje. Contempló sus opciones: podría ver algo en la tele hasta que el sueño los venciera a los dos o podría ir con Ramona e intentar hacer las paces como lo hacía antes. Podrían platicar sobre sus vicisitudes en el trabajo y cómo sus jefes no eran sino unos pendejos inútiles; podrían intentar convencerse de los problemas de fuera no tenían cabida en la seguridad de su hogar. Podría mentirle y asegurarle que todo iba a estar bien.
—Pinche vieja —murmuró mientras tomaba el control remoto. Encendió de nuevo la televisión y echándose sobre el sillón, comenzó a surfear los canales a su disposición.

***

Tenoch y Ramona nunca cuestionaron la certeza de su amor. Desde el momento en que cruzaron sus miradas, supieron que lo suyo sería en serio y para siempre. Arremolinados en el delirio temprano de su pasión, se dejaron llevar por la intensidad de sus besos, la frecuencia de sus caricias y la veracidad de sus historias. En la seguridad de su unión encontraron al fin la realidad que hasta ese instante los había burlado. Por eso cuando dos años después despertaron empapados con la opresión del hastío, su primera reacción fue de incredulidad. Ambos buscaron la explicación fácil en el silencio del otro, pero al enfrentarse con el titubeo furtivo, descubrieron que la cotidianidad los había alcanzado ya.
En medio del frío distante ambos confirmaron por primera vez ese vacío enorme dejado por la falta de novedad y de caricias honestas. Habían caído en la rutina sin darse cuenta, seguros que la razón de su distanciamiento era el resultado de causas externas como el trabajo y la falta de tiempo. En un principio trataron de compensar con cenas fuera una vez a la semana y con escapadas esporádicas al cine, pero ambos sabían que las cosas no eran igual. Cuando decidían quedarse en casa pasaban el tiempo ensopados en un silencio doble, con sus rostros absortos en la televisión en eventos que apenas les incumbía.
Las acusaciones y reclamos no tardaron en llegar. Primero fueron las miradas recriminatorias por trivialidades y faltas de atención. Siguieron los comentarios sarcásticos y los doble sentidos hasta que una tarde Tenoch, eterno pacifista de corazón, descargó su furia sobre el rostro de Ramona al sentirse inundado por la letanía de paranoias y las insinuaciones sin fin. La respuesta de Ramona, entrecortada por el labio partido terminó por congelarle la sangre que hasta ese momento sentía en estado de ebullición:
—Marica hijo de puta…
La realidad se les reveló inescapable: ambos pudieron constatar la trinchera encharcada que habían cavado con la rutina y los reclamos suprimidos. ¿Dónde había quedado la certeza de su amor? ¿Dónde habían quedado las promesas y sus planes? ¿Dónde había quedado la fe? Contemplaron sus opciones: podrían cortar ahí mismo, de tajo, su relación desahuciada, antes de terminar de consumir todo lo que habían construido, o podrían darse otra oportunidad y buscar el camino tortuoso hacía la felicidad. En medio de la podredumbre ocasionada por el fastidio y el rencor, ambos aun conservaban la fe en las brasas inertes de su antigua pasión. Tenoch acercó su mano a los labios rotos de Ramona con la intención de limpiar la sangre, pero ella irguió el rostro dándole a entender que tendría que trabajar duro para ganar de nuevo su confianza. Él bajó momentáneamente la mirada apenado, pero entendiendo el mensaje, la volvió a encontrar y asintió en silencio.
Fue entonces que se dieron a la tarea de recuperar el amor. Al principio no estaban seguros dónde buscar; comenzaron en una fiesta —recordando aquella en la que se habían conocido—, sin embargo, lo único que encontraron fue una cruda increíble y un par de moretones en un brazo de Ramona que ninguno de los dos supo justificar. Buscaron en bares, cines y cafés. Un par de domingos se dieron a la tarea de visitar iglesias, pero al igual que en sus búsquedas en internet, al final terminaron con más preguntas que respuestas. Creyeron ver el fulgor de la pasión en una clase de baile, pero todo terminó con una cogida mecánica en el abandono de un callejón mal iluminado.
Por fin, cuando todo les parecía perdido, lo encontraron trepado en las ramas de un arce, en un parque a tres calles de su casa. Era una tarde gris de noviembre con olor a lluvia. Se encontraba acechando sonriente a un par de oficinistas que compartían banca y merienda por primera vez. Tenoch y Ramona se detuvieron en seco al descubrir la escena: ahí a plena luz del día, en un parque cualquiera flanqueado por edificios y oficinas viejas, fueron testigos del efecto que el amor tendría en un par de (casi) perfectos desconocidos.
Con milenaria precisión, el amor tomó entre sus dedos regordetes una flecha certera y apuntó sonriente a la mujer en la banca. Esperó paciente a que el oficinista compartiera una galleta y justo en el momento que su mano rozó apenas la de ella, disparó. La flecha se incrustó directo en su corazón, lo que provocó un rubor inconsciente en sus mejillas mientras sus pupilas se dilataban percibiendo un brillo ambiental nunca experimentado. Volvió la mirada hacía el oficinista y sonrió coqueta. Despejando un fleco castaño de su rostro, se acomodó en la banca enfrentándolo, mientras su sonrisa crecía y su mirada traicionaba una exacerbada e impaciente fascinación.
Tenoch y Ramona reconocieron al instante aquella sensación. Al unísono, cerraron los ojos y como si estuvieran ligados telepáticamente, se remontaron al momento en el que se conocieron: recordaron la fiesta en su apogeo, Tenoch frustrado porque su amigo lo había abandonado en cuanto llegaron a pesar de su promesa de lo contrario. En el sistema de sonido alguien se había decidido por How Deep Is Your Love de los Bee Gees. «La pinche cursilería», pensó encabronado. Decidido a retirarse tomó un último trago de cerveza y comenzó a buscar a su amigo con la mirada para despedirse. Lo encontró a los pies de la escalera de la sala conversando con una chava que creyó reconocer. Se dirigió serpenteando entre alientos alcohólicos y chistes de mal humor hasta toparse con un grupo de asistentes con la mirada fija en el centro de la sala. Tenoch volteó y se detuvo en seco al observar lo que llamaba la atención. colectiva
You know the door to my very soul. Iluminada por el reflejo multicolor de una esfera de espejos, Ramona se encontraba bailando sola. You're the light in my deepest, darkest hour. Se movía sensual en un diminuto vestido negro y botines victorianos; sus ojos cerrados, ajena a su entorno. You're my savior when I fall. Tenoch se abrió paso entre la pared de gente que los separaba y caminó como en trance hacía ella. And you may not think I care for you. Al llegar al centro de la sala se detuvo absorto en su rostro apacible. When you know down inside that I really do. Ramona abrió los ojos y sin dejar de bailar sonrió. And it's me you need to show. Tenoch se descubrió inmóvil, incapaz de reaccionar. How deep is your love, how deep is your love. Entonces Ramona extendió su mano. I really mean to learn. Motivado por un estupor desconocido Tenoch imitó la operación. 'Cause we're living in a world of fools. El flechazo los atravesó certero justo en el momento que sus manos hicieron contacto y cómplices, ambos sonrieron. Breaking us down when they all should let us be. Unidos en el baile, experimentaron esa seguridad de saber entonces que lo suyo era en serio y que lo sería por siempre. We belong to you and me.
Aterrorizada, Ramona se topó con un río hirviente recorriendo su vientre al descubrir que aquella experiencia se había perdido en la nube pasajera de la nostalgia. Aquello se había convertido tan solo un recuerdo pisoteado por la rutina, los reclamos y los insultos callados. Volvió la mirada a Tenoch y lo único que vio fue su rostro deformado por un puchero devastador.
El amor guardó su arco ante la mirada perpleja de Tenoch y Ramona: para ellos era evidente que faltaba el flechazo destinado al oficinista. No hubo tal. Volando entre la brisa suave de la tarde, el amor flechó a un estudiante de derecho que comía tacos al pastor y un par de cuadras adelante, la víctima fue un taxista que transportaba a una joven madre soltera. Tenoch y Ramona lo acosaron el resto del día. Fascinados y asqueados por igual, fueron testigos de su juego arbitrario: a veces el flechazo tenía un solo destinatario y en otras ocasiones, dos o incluso más. En ningún momento pudieron discernir lógica o sentido a sus acciones.
Esa noche Tenoch y Ramona llegaron a una conclusión: el amor es cruel en su juego e impredecible en sus resultados. Sin embargo, esto no resolvía su situación y decidieron que estaban dispuestos a hacer lo que fuese necesario para volver a experimentar aquella pasión que alguna vez los consumió. Ambos volvieron la mirada y por primera vez en mucho tiempo coincidieron en la certeza de su misión: atraparían al amor y lo obligarían a devolverles aquello que un día habían sentido el uno por el otro.
Con una idea concreta de sus actividades, Tenoch y Ramona decidieron tender su trampa: se turnarían con extraños en la calle con el fin de atraer su atención. Eso dejaba solo el asunto material del secuestro. Tomaron pues, los meses de rutina y tedio y un par de secretos hirientes: Tenoch añadió su desliz fugaz con una becaria de la UNAM que por fin confesó, mientras Ramona lo amalgamó con el resentimiento provocado por las noches en vela que lo lloró. En el calor fulminante de sus rencores reprimidos, forjaron una cadena gruesa y pesada con la que amagarían y retendrían al efusivo amor.
Por días recorrieron más bares y cafés; en cines y parques entablaron conversaciones casuales con extraños y uno que otro conocido. En varias ocasiones Tenoch llegó a sentir el brinco en el corazón cuando hablaba con mujeres de sonrisas indiscretas, pero nunca con la misma intensidad como el terremoto que experimentó cuando conoció a Ramona. Ella por su parte en ningún momento sintió siquiera un piquetazo que le permitiera sentir esperanza alguna. El amor, cumplido e impredecible como de costumbre continuaba flechando a hombres y mujeres sin razón ni patrón.
Una noche sin luna Ramona entró a un bar con un diminuto vestido negro y botines victorianos. Se dirigió a la barra y tras pedir una cerveza se volvió en dirección del hombre que se encontraba a su lado; su vista perdida en el fondo de un vaso a medias. Ramona colocó la mano en su entrepierna y murmurándole al oído comenzó a acariciarlo sin pudor. Desde la rocola, el Ángel del Rock le reclamó: ¿Dónde quedó el ayer? ¿dónde murió la fe? El hombre volvió sorprendido su vista y al intentar pedir una explicación el amor por fin entró en acción.
Ramona se encontraba preparada. Con su mano libre y sin desviar la mirada atrapó la flecha en pleno vuelo ante el asombro inconmensurable del arquero. Y no me importan los momentos… Tenoch también se encontraba listo. Que viviste junto a él. Antes de que el amor pudiera reaccionar, apareció detrás de él y sujetándolo firmemente, lo inmovilizó con la cadena al cuello. Fueron ensayos en tu vida. Un chillido ensordecedor y una luz penetrante se esparcieron por todo el bar. La verdad está en mi piel. El amor se retorció y pataleó como animal herido pero la cadena formada con odios y rencores jamás cejó. Y no me importa si pudiste lastimar mi corazón. Con destreza practicada, Tenoch y Ramona terminaron de encadenarlo hasta que su luz y su llanto se disiparon entre los lamentos de los patronos del bar. A tantos sueños compartidos ¡no! Sonriendo sinceramente por primera vez en mucho tiempo, Ramona se acercó a Tenoch y a punto de besarlo colocó la punta de la flecha en su espalda. ¡Yo no renunciaré!
—Te amo un chingo —murmuró.
Con la fuerza adquirida en todo ese tiempo de incertidumbre, clavó la flecha atravesando sus corazones al mismo tiempo mientras el amor presenciaba con horror aquella caricatura de sí mismo en la que de manera involuntaria se había inmiscuido.

***

Tenoch y Ramona se amaron por seis días y sus noches. Al séptimo día, al descubrir que la alacena se encontraba vacía decidieron salir. Afuera las luces parecían más intensas y los sonidos eran más claros. Sonreían sin cesar ante la más banal de las situaciones y por primera vez en mucho tiempo se sintieron verdaderamente felices. Cogieron una vez más antes de llegar al supermercado y casi los descubren en un juego obsceno en la sección de frutas y verduras. Gastaron lo que traían en golosinas, botes con helado de chocolate y cerveza. Al regresar apenas si se molestaron en arrumbar sus compras a un lado del refrigerador abierto pues el impulso de amarse se había vuelto abrumador.
La mañana siguiente amanecieron con resaca y de mal humor. Tenoch se dirigió tambaleando hacia el baño donde orinó fuera de la taza y al verse en el espejo su rostro le resultó ajeno. Acarició el reflejo como tratando de reconocer sus propios rasgos, pero lo único que encontró fueron las ganas infinitas de vomitar. Al salir descubrió a Ramona arremolinada en las sábanas, sollozando desconsolada. Tenoch observó el bulto informe por un momento que le pareció eterno y sin mencionar palabra salió de la habitación. En la cocina tomó un six pack de cerveza y una bolsa familiar de papas fritas y se dirigió a la sala donde pasó el resto de la tarde jugando Call of Duty en la televisión. Cuando Ramona emergió por fin de su estupor lo encontró viendo la telenovela de la noche. Se sentó a su lado en silencio y tras tomar un trago de cerveza caliente preguntó:
—¿Qué nos pasó?
Tenoch por fin volteó a verla. Vio sus ojos colorados por el llanto y sintiéndose culpable extendió el brazo para que Ramona se acurrucara junto a él. Por primera vez en una semana hablaron de lo que había ocurrido. ¿Qué había pasado? ¿Por qué se sentían como al principio, cuando la única forma de comunicación había sido mediante reprimendas y rechazos? Tenían al amor en su poder ¿no era eso suficiente? Recorrieron mentalmente los pasos que los había llevado a su encuentro con el amor y al momento de recordar lo acontecido en el bar ambos se miraron fijamente a los ojos y gritaron al unísono:
—¡Las flechas!
No habían vuelto al cuarto donde tenían prisionero al amor. Nunca cruzó por sus mentes; la noche que lo capturaron lo encerraron en el cuarto que la mamá de Ramona usaba de almacén a cambio de un generoso descuento en la renta y por siete días se olvidaron de su existencia. Frente a la puerta Ramona especuló en voz alta si no habría muerto por falta de alimento. Un escalofrío recorrió sus espaldas al pensar en las consecuencias de su estupidez: si efectivamente había muerto durante el delirio de su pasión ¿cómo recuperarían su amor perdido? Tras abrir el candado Tenoch la tomó de la mano y decidieron entrar. Recorrieron en silencio un pequeño laberinto de cajas y antigüedades hasta llegar al centro de la habitación. En el suelo, encabronado, el amor los recibió con una mirada insolente muy parecida al rencor.
Las cadenas habían cumplido bien con su función. Algunas cajas desacomodadas a su alrededor dieron evidencia de su intento por escapar, pero hasta el momento el amor seguía preso de los pesados eslabones de odio cocinados a presión. Tenoch y Ramona respiraron aliviados tras comprobar que su amor seguía vivo y sonriendo apretaron sus manos regocijados. Tenoch se acercó para tratar de tomar una flecha de la aljaba, pero el amor comenzó a revolcarse y a hacer sonidos desesperados con su boca amordazada. Un par de ocasiones intentó alcanzar alguna de las flechas, pero el amor se resistía como bestia acorralada. Entonces Ramona apareció detrás de Tenoch y le propinó una patada fulminante que lo sumió en la oscuridad de su fútil realidad. Tomó dos de las flechas desparramadas sobre el suelo y sonriendo la entregó una a Tenoch. Con lágrimas en los ojos el amor solo atinó a observar impotente el momento en el que al unísono se clavaban sus respectivas flechas en el corazón perdiéndose en el éxtasis de su renovada pasión…
A partir de ese momento sus vidas fueron dedicadas al exceso de la pasión. Los días, cortos en su estupor, eran brillantes y llenos de color. Descubrían en cada comida texturas y sabores que nunca imaginaron; cada dulce, cada canción, los acercaba más y más al éxtasis que solo podían satisfacer con encuentros desenfrenados coronados por explosiones nucleares dejando a su paso una secuela interminable de destrucción. Se habían convertido sin querer en fuerzas incontrolables de la creación. Si hubieran prestado atención, habrían notado que el mundo afuera había perdido su brillo y color; que cada dulce y cada canción se habían convertido en parodias grises de ínfima manufacturación. Los habitantes de esa ajena realidad deambulaban cabizbajos, perdidos; carentes de propósito o función. Si hubieran tenido interés, habrían notado que su infinito egoísmo había robado al mundo de su evidente pasión.
En uno de sus arrebatos provocados por la búsqueda última de placer, Ramona tomó una de las flechas y la insertó en la uretra de Tenoch. Por 48 horas cogieron ambientados por gritos de éxtasis y persecuciones vivaces por el departamento. En los momentos en los que Ramona lo rechazaba exhausta, Tenoch volvía su atención a la computadora donde se masturbaba en sesiones maratónicas de pornografía de todos los géneros imaginables mientras esperaba a que su amante se terminara de recuperar. Pasado el efecto, su verga era un pedazo sanguinolento en carne viva que lo manchaba todo de rojo en medio de gritos interminables de dolor. Cansada de los gemidos y sollozos sin fin, Ramona amarró a Tenoch a la cama y con la punta de otra flecha acarició su frente hasta que por fin pudo dormir arropado por sueños de una eterna bacanal.
Luego de esta experiencia decidieron reducir el consumo de amor. Los días siguientes a su uso eran de un éxtasis prolongado con escapadas constantes a la cama interrumpidas tan solo por breves recesos para comer. Sin embargo, al pasar el efecto se volvían ariscos e irritables. Intentando resistir la tentación pasaban horas acariciando las flechas y nunca salían del departamento sin ellas. Lograron salir un par de noches a cenar, pero nunca pudieron soportar al gentío que los rodeaba. A donde fueran se sentían apretujados y limitados en su deseo por acariciarse y de hacer el amor. Cuando la necesidad los vencía, cada uno se clavaba una flecha al corazón y se excluían del mundo por días, sin interés ni expectativas por lo que pasara a su alrededor. Nunca se dieron cuenta que el efecto de las flechas era cada vez menor y su necesidad se incrementaba exponencialmente cada vez más.
Dejaron de comer. Dejaron de prestar atención a su apariencia y aseo personal. En algún momento dejaron de coger. Ramona terminó encerrándose en la habitación. Susurraba historias obscenas a las sombras en la pared, dejando escapar sonrisas coquetas y miradas lascivas a sus amantes invisibles. Tenoch pasaba su tiempo sentado frente al televisor apagado, manipulando experto su control de videojuegos sin batería. Cada vez que el efecto del amor pasaba, volvían desesperados su atención a la pedacería de flechas que les quedaba. Cuando se quedaron sin fechas, regresaron al cuarto de almacén donde encontraron la aljaba vacía. En un ataque rabioso, Tenoch destrozó las antigüedades de su suegra hasta colapsarse exhausto balbuceando una letanía desesperada de incoherencias y amenazas vacías. Desesperada, Ramona se acercó gateando al amor que la observaba aterrado. Tomó el pequeño cuerpo encadenado y entonando una canción de cuna lo cargó en su regazo. Al sentir las alas sobre su cuerpo, la sensación familiar de amor comenzó a recorrer su ser. Una sonrisa extática marcó su rostro mientras lo apretujaba sobre su pecho demacrado. Al percatarse de la situación Tenoch se arrastró hasta llegar donde se encontraban y envuelto en un llanto infantil comenzó a acariciar las alas tersas del amor.
Los vecinos alertaron a la policía cuando el hedor se volvió insoportable. El departamento se encontraba deshecho. En la sala, grafiti de corazones y frases cursi pintado con sangre, mierda y otros fluidos corporales enmarcaba los muebles destrozados y la comida echada a perder. Encontraron el cuerpo agusanado de Ramona sobre su cama, portando su vestido de novia rodeada por una membrana gruesa de miles de plumas blancas que cubrían cada centímetro de la habitación. En el cuarto del almacén, jeringas con una sangre de origen que nunca pudieron identificar y huesos con restos de carne amontonados junto a una cadena que se encontraba aun caliente al tacto. En medio de las antigüedades destruidas y junto a un diminuto arco de oro Tenoch yacía sin vida con la mirada lechosa, pero con una sonrisa feliz.
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