Me entero por las noticias de tu muerte. Me consterna saber que otras personas supieran antes que yo. Es la eterna frustración por saberme el último con respecto a ti. Sin embargo, no te culpo; sabía que esto pasaría tarde o temprano. Después de todo, siempre dijiste que la muerte debería ser asunto de cada quien.
Imagino tu rostro inmóvil, a la vista y alcance de todos. Te imagino desnuda, con los ojos cerrados y con una enorme cicatriz sobre tu tórax. Como siempre, habrás dejado que el misterio de tus acciones afecte a terceros. Pero, sobre todo, imagino la expresión en tu rostro: sé que tendrás esa expresión que sólo tú puedes conjugar; esa mueca entre sonrisa y decepción que tanto me desconcierta.
Una vez me contaste sobre tu deseo en caso de que murieras antes que tu amante: una última danza, fortuita e incógnita; mórbida como sólo las mentes apasionadas pueden concebir. Una última violación; un último estoque que haga recordar que los vivos sólo pueden estarlo en contraste con los muertos; un último aliento fétido de alcohol sobre tu rostro inerte...
Y yo seguiré aquí, sabiendo que ese último aliento no será el mío.
¿Y a quién sino a mí mismo, puedo culpar? ¿Dónde estuve todo este tiempo? ¿Qué hice con respecto a tu inerte soledad?
Definitivamente no estuve a tu lado. No cuando todo lo que necesitabas era una palabra, un grito o una caricia. No en tus logros, ni en tus fracasos; no cuando todo esto terminó para ti...
Sé que es tarde ya, pero me pregunto si aún así pensarás en mí. Aún hoy, que me entero por las noticias de tu muerte, me gustaría saber si alguna vez pensaste en mí. Porque lo que más duele, aparte del letargo y la consternación es el simple hecho de que yo no puedo dejar de pensar en ti…